Un príncipe borracho y dos reinas del drama.

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 - 9 de Noviembre de 2012 -

Habían pasado dos días desde que el comportamiento extraño de Zack empezó, y las cosas no cambiaban. Cuando estábamos todos juntos, estaba aparentemente normal. Aunque podía notar que evitaba mirarme directamente a los ojos, o que cuando iba a tocarle, él encontraba alguna excusa para desaparecer de repente. Me había sentido en varias ocasiones tentada de llamarle o de ir a su casa (ahora sabía exáctamente dónde vivía) pero mi orgullo (que he de decir, tenía el tamaño aproximado de Canadá) me impedía rebajarme ante aquella rabieta infantil. ¿Él no quería cuentas conmigo? ¡Muy bien, pues yo tampoco! 

Supe que Jade había intentado hablar con él, pero Zack afirmaba que no le pasaba nada, que todo estaba bien. "Bien, mi trasero", decía indignada la voz de mi cabeza. Aún así, con mi orgullo y todo, no podía evitar el sentimiento de culpabilidad, machacándome a mí misma con que, de alguna forma, la pregunta de la otra noche sobre el beso había sido el desencadenante. 

        - ¿Estás estudiando?

Mi padre se había asomado a la puerta de mi cuarto, y yo ni siquiera había notado su presencia. Pegué un respingo en la cama, haciendo saltar por los aires libros, folios y bolígrafos en una especie de confeti estudiantil. Me giré en redondo y asentí con la cabeza. Mi padre me anunció (cómo no) que se disponía a bajar al bar "un rato" (lo que, en terminología violetta-paterna, significaba "me voy al bar un par de horas, no ensucies nada"), y acto seguido desapareció con el sonido de la puerta de la entrada. Aparté los libros de un manotazo, despejando mi cama, y me estiré sobre ella. Obviamente no había estado estudiando, pero si mi padre así lo pensaba, mejor. Clavé la mirada en el techo, buscando solo un poco de tranquilidad. Pero Jade no tenía esos planes para mí. 

La conversación compartida que teníamos en el móvil comenzó a sonar con un ritmo constante y frenético de notificaciones, una tras otra, que no indicaban otra cosa mas que mi amiga estaba inspirada. Se acercaba mi cumpleaños, lo que significaba que Jade tenía que organizarme "la mejor fiesta de toda mi vida". Abrí la conversación con pereza y leí uno a uno los mensajes, que incluían cosas como "¿quién compra los globos? ¿de qué quieres la tarta este año? ¿en qué casa lo hacemos? ¿podremos pasar la noche juntos?". Aparté el móvil a un lado, con la esperanza de poder evitar el tema un rato. ¡Ja! Ilusa de mí. En cuanto se dió cuenta de que no contestaba, Jade me llamó.

        - ¿Por qué no contestas? -preguntó - Se perfectamente que no estabas dormida.

        - Estoy demasiado vaga como para escribir -dije con sinceridad.

        - ¿Sigues preocupada por lo de Zack? 

        - Si...

        - No te preocupes, seguro que son imaginaciones tuyas -dijo ella, tratando de quitarle leña al fuego. 

        - Bueno, este año os doy carta blanca.

Casi pude ver a Jade en ese momento, ojos como platos, estrellitas saliendo de ellos, una bombilla encendida cómicamente encima de su cabeza...

        - ¿De verdad? 

        - Si.

No hicieron falta más palabras. Automáticamente finalizó la llamada y yo pude volver al silencio de mi habitación. Sonó el timbre de la puerta de la casa. Estaba claro que alguien ahí arriba no quería dejarme disfrutar de un pedacito de paz para mí sola. Bajé de la cama y caminé descalza hasta la entrada, arrastrando el bajo de los pantalones de pijama. Abrí la puerta, totalmente decidida a preguntarle a mi padre "¿Qué te has olvidado ya?". Pero, en lugar de mi padre, encontré a un Mikel de sonrisa resplandeciente al otro lado. Sentí el impulso de cerrarle la puerta en las narices, ¡no podía verme así, toda despeinada y con las pantalones de mi pijama de ositos!. Me contuve con toda la fuerza de la que disponía, limitándome a escondeme parcialmente tras la puerta semiabierta. 

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora