Huele a tormenta

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Los labios de Zack no eran como los del resto del mundo. Era tímidos, suaves y agresivos, dulces y jugosos, voraces. Cuando los tocaba, notaba cómo una corriente eléctrica me recorría todo el cuerpo; cómo su calor se colaba bajo mi piel, derritiéndome desde dentro. Solo en mis sueños me permitía saborear esos labios. Solo entonces.

Pero Zack me había besado. Lo había hecho él. Me besó de la forma en que uno bebe cuando lleva días sin probar una gota de agua; de la forma en que uno toma aire cuando lleva mucho tiempo aguantando la respiración. Me besó que necesidad, como si se hubiera estado reteniendo de hacerlo y no pudiera más. Fue un beso fugaz y lento a la vez. Parecía que el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros. Y entonces se separó de mí, lamiendo su labio inferior como si pudiera saborear aún ese beso. "Nos vemos mañana" había dicho antes de irse. Y me dejó ahí, en la puerta, plantada, sin saber que hacer.

Al cabo de un minuto, las piernas me fallaron y caí de rodillas al suelo. Un beso. Un beso. Un beso. Sus labios. Su lengua al acariciarlos. Sus ojos. Sus pupilas dilatadas. Quería grabarlo todo en mi memoria, pero sentía que el recuerdo de escaparía entre mis dedos de un momento a otro. ¿Habría sido un sueño? Quizás. Pero aún sentía el tacto en mi boca.

- ¿Qué te pasa? -preguntó una Rubí muy alarmada cuando me vio tirada en el suelo.

Yo no sentía mi cuerpo. Era una máquina completamente ajena a mí en esos momentos.



No podía dormir. Miraba el techo de la habitación, tratando de discernir si aquel beso había sido cosa de mi imaginación. Y cualquiera diría que yo misma quería que así fuera. Claro que, si no lo había sido, ¿en que lugar dejaba eso las cosas? ¿Zack sentía algo por mí de verdad? ¿Tenía oportunidad? ¿Tenía derecho a esa oportunidad? Rubí me había hecho un interrogatorio propio de la Inquisición. "Lo sabía", dijo cuando le confesé mis sentimientos. Según ella, Zack y yo estábamos hechos el uno para el otro. "Los dos igual de pánfilos", rió.

- Pero yo no...

- ¡Pero nada! -me había exclamado cuando se hubo cansado de mis excusas - ¿Es que no te das cuenta de que así no vas a ningún lado? Tienes la tremenda suerte de que te has enamorado de alguien que te corresponde. ¿Y ser amigos es tu excusa para no mover ni un dedo y quedar ahí plantada como si nada? Lo que te pasa es que eres una cobarde que prefiere quedarse en su esquina, apartada de todo el mundo, a salir adelante y exponerse a lo que pueda venir. Zack te quiere. Tú le quieres. ¿Qué más necesitas?

Cuando se enfadaba, o cuando algo le molestaba, Rubí tendía a ponerse del color de un tomate maduro. En ese momento sus mejillas habían estado teñidas de un hermoso color rojo Valentino. Tenía razón. Estaba asustada. No quería que Zack me hiciera daño, ni que yo pudiera hacérselo a él. "Quien no arriesga, no gana", fueron sus últimas palabras antes de echarse a dormir.

Así que me había quedado sola, y miraba al techo con disciplina, sin apartar la vista, como si en cualquier momento fuera a cobrar vida y hablarme.

- ¡Eres una zorra, eso es lo que eres! -gritó mi padre.

- ¡Baja la voz, o despertarás a las niñas! -gritaba en un susurro mi madre (aunque se le oía perfectamente).

- ¡Sois todas unas hijas de puta, y tú la que más! ¡Esta es mi casa! ¿Qué hacen esas dos viviendo en mi casa?

- ¿Esas dos? -decía indignada mi madre - ¡Es tu hija, por el amor de Dios!

- Esa no es mi hija.

Se oyó un golpe justo después de eso. ¿Una bofetada? Bajé de la cama, con cuidado de no despertar a Rubí. Me asomé al pasillo, sigilosa. La luz del baño de mis padres estaba encendida entre las sombras de la casa, como un faro para indicarme a dónde debía ir. Mi madre estaba tendida en el suelo, agarrada al retrete, llorando. Noté cómo la bilis me subía por la garganta, cómo se tensaba cada músculo de mi cuerpo, cómo las lágrimas se asomaban por mis ojos y cómo la sangre comenzaba a fluir de forma violenta por mis venas. Aparté a mi padre para pasar al baño y me recliné sobre mi madre.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora