Las cartas sobre la mesa

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 - 15 de Julio de 2014 -


El día se había hecho más largo de lo normal en la oficina, sobre todo gracias a la ayuda de mis dos queridas amigas que, al parecer, habían posado su interés en dos de mis compañeros de trabajo. Nada más entrar había notado en quién se había fijado Rubí (no era muy difícil darse cuenta), pero lo de Orange era todo un misterio. Según ella "un apuesto caballero digno de haber salido del mejor de los yaois se había ofrecido a ayudarla con la escacharrada máquina de café y había sido un flechazo a primera vista". Y por este motivo, ambas se habían pasado varias horas pululando al rededor de mi mesa, entre intrigadas por los nuevos descubrimientos y a la espera de volver a cruzarse con sus caballeros andantes. Pero no hubieron más pistas milagrosas, ni llamadas anónimas, ni cruces amorosos, ni nada de nada. 

 - No te desanimes -dijo Allen mientras bajábamos en el ascensor -. Sabes que la investigación está yendo más rápido de lo habitual. Estamos teniendo suerte.

 - ¿Y por qué me da la sensación de que no estoy haciendo nada? -resoplé.

Allen se acercó un poco a mi, en la intimidad del elevador, y con suavidad depositó una mano sobre mi frente. Notaba su piel fría y reconfortante al tacto, y por un momento me olvidé de que era él, de dónde estaba, y me permití cerrar los ojos y disfrutar del contacto. 

 - Porque estás ansiosa -contestó, y por alguna razón me recordó a la madre de Vii.

A veces, y solo a veces, me consentía a mí misma disfrutar de Allen, de su presencia, de su tacto, e incluso de ese olor a incienso que siempre le acompañaba. Era como un oasis en el que podía descansar tranquila y a gusto, al margen de todo lo que pasara a mi alrededor. Me sentía tan cómoda y en paz... Pero una imagen saltó instantáneamente a mi cabeza. Sus labios contra los míos. Y por un momento, no me importó nada. 

 - Oye Allen -comencé a decir, sin saber muy bien lo que estaba haciendo -, ¿por qué me besaste el otro día? 

En el mismo momento en que lo dije, me arrepentí. Las palabras, que parecían más pesadas de lo que eran, impregnaron el cubículo en el que nos encontrábamos, mientras ambos permanecíamos inamovibles. Nuestras miradas entrelazas no parecían querer despegarse la una de la otra. Pronto llegaríamos a la planta baja, pronto se rompería el momento... Pero Allen alargó el brazo en un movimiento rápido y determinado y, sin tan siquiera pararse a mirar, pulsó el botón de detención del ascensor. Este paró abrúptamente, haciendo que me tambaleara ligeramente. 

 - ¿En serio tienes me los estás preguntando? -dijo él, incrédulo - ¿Ahora? ¿Después de varios días? 

Yo parpadeé varias veces, sintiéndome más estúpida de lo que hubiera podido sentirme en ningún otro momento de mi vida. Sentí la necesidad de esconderme de su mirada, pero era imposible en el angosto espacio en que nos encontrábamos. Me revolví incómoda mientra Allen bajaba sus manos y las posaba en mis hombros.

 - Yo no... -carraspeé - No quería preguntártelo. 

 - Jade, ¿de verdad necesitas que te lo explique?

Yo le miré, claramente confusa. Sus hermosos ojos verdes habían comenzado a brillar. Mantenía los labios apretados en una fina linea, y su ceño se hallaba ya fruncido. De pronto noté su nerviosismo en el movimiento tenso de sus músculos bajo la piel, en el ligero movimiento de sus dedos sobre mis hombros, o en simplemente su postura. 

 - No puedo creer que me vayas a hacer decírtelo en voz alta -susurró, desviando la mirada. 

 - ¿Decirme el qué? -pregunté, genuinamente confusa.

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