Avances

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- 1 de Junio de 2014 -

La comisaría a la que me habían recomendado no estaba demasiado lejos de donde vivían los chicos (unos quince minutos a pie, más o menos). El edificio, desde fuera, parecía de lo más normal. Pero dentro reinaba el más absoluto caos. Apenas fui capaz de preguntarle al oficial del mostrador dónde estaban las oficinas de los detectives.

- ¡¿Qué?! -gritaba él, tratando de alzar su voz por encima del barullo cada vez.

Al final, desistí. Trataría de buscarlos yo sola. Así que tomé el ascensor y fui parando en cada planta. Hasta que por fin, a la altura del quinto piso, una mujer me contestó "sí, es aquí". A lo largo de una enorme sala se repartían varias mesas, cada una de ellas con su respectivo ordenador y archivador, y a los lados se disponían pizarras móviles blancas, algunas en uso y otras tan blancas como la leche. Hombres y mujeres (todos mayores que yo) corrían de un lado para otro con carpetas y teléfonos en la mano, hablando tan alto que no entendía como podían trabajar en semejantes circunstancias. Entonces, sentada solitaria en una de las mesas, divisé a una mujer de mediana edad y pelo castaño. "A esta le voy a preguntar", pensé, y me acerqué a ella.

La mujer levantó la vista un segundo de su portafolios y me miró por encima de sus gafas de media luna.

- ¿Puedo ayudarte en algo, jovencita? -preguntó en tono condescendiente.

- Estoy buscando mi puesto -contesté, sin ocultar mi molestia por el apelativo.

- Oh, -abrió los ojos de par de par y se llevó la mano a la nuca, como avergonzada - ¿tú eres la nueva? -asentí - Disculpa mis modales. No estamos acostumbrados a gente de tu edad por aquí...

Mi cara debió empeorar, porque la mujer se alarmó más. Soltó el portafolios sobre la mesa y se incorporó de pronto, extendiendo su mano hacia mí. Tardé un segundo en reaccionar y responder al saludo.

- Yo soy Edna Higgins -se presentó mientras apretaba mi mano con firmeza.

- Jade Poison.

- Aquella de allí es tu mesa -señaló un rincón al fondo de la sala que parecía completamente abandonado -. Ah, y creo que te convendría entrar a hablar con el jefe antes de que salga él a por ti -se acercó a mi oído, como si fuera a contarme un gran secreto -. Hoy no está de muy buen humor, así que será mejor que habléis en su despacho -susurró, y volvió a sentarse en su sillón acolchado de oficinista.

Mirando el barullo del lugar, entendía perfectamente por qué ese hombre no estaba de bueno humor. Mi escritorio no era diferente del resto, salvo porque estaba tan limpio y desierto como si nadie lo hubiera ocupado nunca. Tan solo un ordenador de mesa casi prehistórico y un lapicero de metal completamente vacío ocupaban la amplia tabla de madera. Con un rápido barrido general de la sala, atisbé una puerta a unos pasos de donde me encontraba, toda ella de cristal y aluminio. En la parte superior de la misma, unas letras contudentemente negras anunciaban que se trataba del despacho del jefe de policía del distrito, el señor Montgomery.

El teniente Prescott, que me había acompañado durante mi breve pero instructivo paso por la academia, y había sido uno de los firmantes de mi permiso especial de ingreso a los cuerpos de policía, fue también quien me recomendó para aquel puesto como detective. "El Jefe del distrito es bastante imponente, incluso da un poco de miedo. Siempre tiene un humor de perros, así que ándate con cuidado", me advirtió un par de días antes de entrar a trabajar. Se había reído en mis narices al ver la cara de susto que debí de haber puesto. Y en ese momento, sospechaba que tenía la misma expresión.

Tomé aire hasta que mis pulmones quedaron llenos de oxígeno y, sin exhalar, caminé con paso decidido hasta la puerta de cristal. Toqué dos veces y una voz me invitó a pasar, de modo que giré el picaporte con cuidado y me colé dentro del despacho, cerrando tras de mí. Dentro, el vocerío de fuera se vio acallado por unas paredes sorprendentemente bien aisladas. Cuando vi al hombre que me había cedido el paso unos segundos antes, al hombre que ocupaba el asiento del Jefe de Policía, no pude evitar mostrarme tan sorprendida como estaba. No debía de ser mucho mayor que yo (siete, quizás ocho años mayor). Y era condenadamente guapo.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora