Cuatro corazones experimentando el amor.

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"¿Dónde estás? Llevo media hora esperando".

Escruté una y otra vez el mensaje que acababa de recibir, como si fuera alguna clase de retorcito encriptado que no lograba comprender. ¿Mikel me estaba esperando? ¿Dónde? Mi cerebro, aún medio dormido, tardó un rato en procesar las palabras y recordar el mensaje de la noche anterior, en el que Mikel prometía pasar a recogerme por mi casa aquella mañena. Apreté los dientes y maldije en voz baja mi dichosa manía de dejar las cosas para después. 

" Lo siento, no estaba en casa. Te veo en clase".

Guardé el móvil en el bolsillo de mi pantalón, con la extraña sensación de haber hecho algo terriblemente mal. Zack había tenido el detalle de lavar y secar mi ropa (la que el había manchado, a fin de cuentas) y me esperaba en el recibidor de la casa, mochila en mano, listo para salir de allí. Yo tragué saliva y me acerqué a él. Ambos salimos por la puerta e iniciamos la marcha acompañados de un incómodo silencio. Desde aquella noche, no podía mirar a Zack diréctamente a los ojos. Estaba segura de que mis sentimientos por él no iban más allá de la amistad, y sin embargo ese beso volvía a mí una y otra vez; y con él, la agobiante sensación de desear esos labios. 

El camino al instituto me dió algo de tiempo para pensar. Más allá de la bonita amistad que compartíamos, de la hermandad que nos unía, no había nada. Ningún sentimiento oculto. Lo que había pasado la noche de Halloween había sido el producto de drogas y alucinaciones. Probablemente incluso hubiera tenido algo de fiebre, adjuntando delirios a la suma. Seguramente mi cerebro, en aquel momento en algún punto entre el frenetismo y la somnolencia, había retocado el recuerdo del beso, haciéndolo más deseable de lo que en realidad era. Y seguramente, por todo ello, yo tenía entonces la sensación de desearlo. Si, eso debía de ser. Me dí una palmadita en la espalda mentalmente, premiando mi inteligencia al deducir la razón por la cual quería besar a Zack. Aún así, seguía doliéndome el hecho de que a él no le importara para nada, pero deseché cualquier duda.

Había decidido que enterraría todo lo que tuviera que ver con aquel Halloween. Con ello, poco a poco desaparecería la falsa ilusión de querer sentir los labios de Zack sobre los míos y la angustia y el dolor que lo acompañaban. Miré de reojo a mi amigo, con renovadas fuerzas. Mi corazón sintió un leve pinchazo al notar su expresión ágria y entristecida. Seguramente, él también lo pasaría mal al recordar aquella noche. Conocía a Zack lo suficientemente bien como para saber que habrían pasado por su cabeza ideas como que le evitaría por culpa de aquel beso. Y por mi parte, sacarlo a colación, empeoraría la situación. Él tampoco quería recordarlo, estaba segura. Inspiré hondo, llenándo mil pulmones de oxígeno y algo de valor, me planté mi mejor sonrisa y le dí un empujoncito amistoso. Él me miró desconcertado, como si emperaza a nevar en pleno verano.

        - ¿A qué viene tanto silencio? -le pregunté.

        - Estoy algo cansado. Las mañanas no son lo mío -contestó el, fijando la vista al frente con aparente tranquilidad. 

        - ¿No dormiste bien anoche?

        - No mucho, la verdad -se rascó la cabeza, despeinándo sus por naturaleza rebeldes mechones -. Alguien -me miró de reojo - ronca como si el mundo fuera a acabarse.

Yo me llevé las manos a la boca de forma puramente instintiva, notándo como la sangre fluía hasta mis mejillas. Él simplemente volvió a clavar la mirada al frente. "¿Qué demonios le pasa?" gruñó la voz de mi interior, en tono enfadado. Yo me sentí igual. Solté un bufido, solo para hacerle notar que su actitud me resultaba cuando menos molesta, y seguí caminando. El instituto asomaba ya tras la esquina de la calle. Una marabunta furibunda de adolescentes conrría a tropel y eran engullidos por las verjas de aquella camuflada cárcel a la que llamaban "escuela". Y aún entre toda la gente, entre la marea caótica de mochilas, zapatillas y cabelleras pintadas de estrafalarios colores, dintinguí la trabajada figura de Mikel, apoyado contra la pared exterior, de brazos cruzados. Alzó la mirada justo en aquel momento, y la detuvo justo en mis ojos. Escrutó mi rostro, después el de Zack, y de nuevo el mío. Parecía realmente enfadado.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora