La caja de Pandora

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 - 14 de Julio de 2014 -


Cuatro malditas, insufribles e inacabables horas de viaje en coche, digno de recibir el sobrenombre de "tortura", con un Allen que parecía no parar de cansarse de todas y cada una de las canciones que sonaban en la radio, pues las cambiaba  todas a la mitad. Y a las cuatro horas y un minutos comenzaron a alzarse los primeros edificios grisáceos en el horizonte. Estructuras de aspecto ceniciento y con pinta de caerse de un momento a otro abrían la entrada a la que una vez había sido mi ciudad. El cielo, cubierto de nubes a punto de estallar en una tormenta veraniega poco usual en la zona, acompañaba mi estado de humor mientras nos adentrábamos por las familiares calles, cargadas de recuerdos. 

 - ¿Has avisado a la familia? -preguntó Allen de pronto, sacándome de mis lúgubres pensamientos.

 - Si. La prima de Violetta nos estará esperando en la puerta de su casa. 

Su casa. El último lugar donde la había visto antes de que desapareciera. El lugar donde habían muerto aquellas dos personas que yo consideraba como mi propia familia. Tragué saliva y tomé la desviación que iba hasta su barrio. Miré a Allen de reojo, agradeciendo en silencio su compañía. Cuando le presentamos a Montgomery todas las pruebas que habíamos recabado y le propusimos investigar en la ciudad natal de la supuesta víctima, el jefe había autorizado el desplazamiento hacia dicho sitio. Y aunque Zack y las chicas habían insistido en acompañarme, yo me había negado categóricamente. Pero Allen no aceptó un "no" por respuesta, y antes de que me diera cuenta ya se había metido en el coche con un par de cafés en la mano. 

Apenas cinco minutos después ya podía ver el edifico de ladrillo rojo en el que había pasado la mitad de mi vida en aquella ciudad. Desde que sabía que no encontraría allí a mi amiga, parecía un lugar más triste y sombrío de lo que recordaba. Como había prometido, en la puerta nos esperaba Nathally. La recordaba bajita y delgada, pero los años que llevábamos sin vernos parecían haberle metido unos veinte kilos de helado de chocolate directamente por el estómago, y ella no debía de haberse dado cuenta a juzgar por la ropa que vestía. Nos recibió con una melancólica sonrisa y un abrazo, como los que se les da a los familiares del difunto en su funeral. 

 - Cuánto tiempo. ¿Cómo estás? -preguntó con su voz dulce y dolorosamente parecida a la de mi amiga. 

 - Bien, bien -asentí.

Sin mediar más palabras, se dio la vuelta para abrirnos camino hasta la residencia familiar de los Butterfly. Entrar fue como recibir mil puñaladas directamente en el corazón. La casa aún tenía ese olor tan característico, como a tabaco y flores, y salvo con el polvo que cubría los muebles, todo parecía estar como siempre. Era como si el tiempo se hubiera detenido aquella noche, dejando el piso atrapado para siempre en el momento en que todo ocurrió. Sobre la mesa del salón había una pila de revistas de moda desordenadas, con folios y bolígrafos a un lado. La habitación de Violetta estaba tan desordenada como siempre, con cajas de zapatos asomando por una esquina y una pila de ropa sobre la silla del escritorio. Y en la habitación de sus padres, como un recuerdo que jamás se borraría, el suelo de mármol blanco había quedado ligeramente teñido de un color rojizo rosado, huella de la sangre derramada sobre él. Verlo hizo que se me revolviera el estómago, pero traté de ignorarlo. Fui ligeramente consciente de que Allen me había agarrado la mano y me la apretaba con fuerza, diciéndome "se fuerte" en silencio. Una vez más, agradecí para mi fuero interno su presencia. Y sin más dilación nos dispusimos a rebuscar en el mueble donde Joe había visto la caja de los recuerdos de la madre de Violetta. 

 - ¿Qué estáis buscando exactamente? -preguntó Nathally, sentada sobre la cama de matrimonio a nuestras espaldas. 

 - Unas fotografías -contestó Allen en mi lugar.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora