Negociaciones

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- 20 de Julio de 2014 -

Todo estaba oscuro. Tenía el cuerpo adolorido y no parecía querer responder a mis órdenes de moverse. ¿Dónde estaba? Lo último que recordaba era la puerta del hospital, complétamente desierta en mitad de la madrugada, y entonces todo se tornó negro.

Cuando conseguí abrir los ojos, recibiendo una horrible e intensa punzada de dolor como recompensa, comprendí dónde estaba. La sala en que me encontraba no eran mas que cuatro paredes mugrientas y agrietadas, pobremente iluminadas por una bombilla que colgaba desnuda del techo. Solo una puerta parecía dar al exterior, al otro lado de la habitación. Intenté moverme, pero estaba atado de manos y pies a la silla en la que estaba sentado. A mis pies, un charco de sangre que parecía haber brotado directamente de mi cabeza, de aquel punto que me palpitaba de dolor.

Había sido un estúpido al pensar que podía ir a ver a Joe sin dejarme atrapar. Ni siquiera pude entrar al edificio antes de que alguno de los matones de Vincent (o él mismo, no estaba seguro) me había cogido desprevenido. Mientras me lamentaba, la puerta se abrió de par en par, dejando ver a aquella figura asquerosamente conocida. Parecía desarmado a excepción de una navaja mariposa que aferraba con la mano. Su cara era la mueca de una sonrisa distorsionada por la depravación y el alcohol, y sus ojos no eran más que rendijas entre abiertas rodeadas de los pliegues en la piel que el tiempo le había dejado como recuerdo.

- Vincent... -mascullé entre dientes, apretando los puños con ira.

Él soltó una risotada mientras se acercaba a mí, quedando tétricamente bajo el único foco de luz de la habitación.

- Mira qué regalo más estupendo me han dejado caer por aquí.

- Tienes a todo el puto cuerpo de policía buscándote en este momento -mentí -. ¿Crees que tardarán mucho en encontrarte?

- Lo suficiente para conseguir lo que quiero -se encogió de hombros. Lanzaba la navaja una y otra vez, haciéndola girar, para agarrarla de nuevo con una sola mano -. En estos momentos "Andy" -dibujó unas comillas con la mano libre - está de camino.

Noté el corazón encogérseme dentro del pecho hasta alcanzar el tamaño de una nuez. Si él la atrapaba, todo se habría acabado.

- Te mataré, ¿me oyes? -gruñí - ¡Si le pones un solo dedo encima te juro que te mataré!

Detuvo sus malabares con la navaja para apuntarla directamente hacia mí, pero, curiosamente, no sentía miedo. No por mí. El filo de la hoja se clavó en mi mejilla con un frío metálico, y la sangre comenzó a correrme hasta el mentón. Vincent me miraba con altanería, como si no fuera más que una piedrecita en su zapato.

- ¿Sabes por qué no te he matado todavía? -dijo con tono monótono - Porque eres el hijo del jefe. Y si algo no quiero, es ponerle en mi contra.

Maldije para mis adentros tener que estarle agradecido de alguna manera a aquél hombre que era mi padre.

- Pero siempre pueden haber accidentes -sonrió, hundiendo un poco más el metal en mi carne.

Apreté los dientes para controlar los signos de dolor. No le daría el placer de descubrir que podía dañarme. La sangre me corría de forma violenta por las venas y la herida de la cabeza me palpitaba con más intensidad.

- ¿Qué planeas hacer con ella? -escupí.

Conforme pasaban los minutos, mi cuerpo, antes aletargado, recuperaba la consciencia plena del dolor y el sentido del olfato. Todo a mi alrededor estaba cubierto por una capa de mugre y moho. De una de las grietas de la pared caía un líquido que esperaba que fuera agua. Por la posición en que me encontraba la herida del hombro debía de haberse abierto, ya que notaba esa parte de la camiseta húmeda. Las tripas se me revolvían dentro del estómago, en parte por el olor a bicho muerto y en parte por mi propio dolor.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora