Porque eres tú

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- 20 de Julio de 2014 -

Sábanas blancas, cables por todas partes y el incesante y rítmico sonido del electrocardiografo. El cuerpo de Joe, sereno y tranquilo, reposaba sobre el colchón de la camilla, enchufado a más máquinas de las que quería mirar. Casi parecía estar durmiendo. Solo los moratones que manchaban su piel ligeramente tostada y el corte en la ceja derecha evidenciaban que momentos antes había sufrido cualquier mal. Hacía tiempo que el sol se había escondido y el reloj marcaba el comienzo de un nuevo día.

- Jade -susurró con suavidad Allen a mis espaldas.

Me volví para ver la preocupación dibujada en su rostro. Había pasado horas pegada al cristal de la habitación, viendo como el pecho de Joe subía y bajaba tan levemente que resultaba casi imperceptible, cercionándome de que aún estaba con vida. Tras él, Orange y Rubí, con los ojos enrojecidos e hinchados, tenían la vista clavada en el mismo lugar en que estaba la mía unos segundos atrás.

- Deberíamos irnos, dentro de unas horas entras a trabajar -sugirió el en tono prudente.

- No, no puedo dejarle solo.

- Allen tiene razón -dijo Rubí, acercándose a mí -. Necesitas descansar, y Andy -hizo una pequeña pausa al pronunciar su nombre - y Zack están solos.

No me habría planteado la necesidad de regresar de no haber sido por lo último. Una oleada de miedo me invadió de pronto al ser conscientes de que estaban desprotegidos. Sabía a la perfección que Zack era ágil y fuerte; fue él quien me ayudo a preparar las pruebas físicas para el acceso a los cuerpos de policía. Pero con aquella herida en su hombro no podría defenderse si Vincent echaba la puerta abajo. Asentí frenéticamente y, tras insistir en que me llamaran ante cualquier novedad, salí disparada hacia el coche, con Allen pisándome los talones.

- ¿No piensas decírselo a Zack? -preguntó cuando subimos al coche.

- No. Al menos no todavía. Se pondrá como loco.



Al llegar al piso lo primero que encontré fue a un Zack con aspecto de muerto viviente tirado en el suelo, junto a la puerta de mi dormitorio. A su lado, una bandeja llena de comida en el suelo indicaba que Andy no había querido comer en todo el día casi con total seguridad. Allen le levantó y acompañó a la sala de estar. De fondo podía escucharlos conversar en voz apagada.

Estaba parada frente a esa puerta que tan acostumbrada estaba a cruzar, y que, por primera vez, tenía miedo de abrir. Sabía que Andy estaba tras ella, seguramente acurrucada contra un rincón (como solía hacer Violetta), asustada y confundida. Y ahí estaba yo, armándome de valor para enfrentarme a mis miedos y disipar los suyos. Una vocecita, la misma que me había sugerido huir al recibir la llamada del hospital, me sugería ahora darme media vuelta, meterme en la cama y olvidarme del asunto. "Total, a estas horas ya debe de estar dormida" decía. Pero la imagen de la Vii de nueve años, llorando en mi regazo tras una de las peleas con su padre, me hizo cambiar de opinión.

En la penumbra de la habitación pude ver a duras penas su figura tal y como la había imaginado. Tenía las sábanas enroscadas por el cuerpo, el pelo completamente enmarañado. La había visto tantas veces de aquella manera que resultaba dolorosamente familiar tenerla ante mis ojos y saber que mi presencia ya no la reconfortaba como antes. Pero no era el momento de deprimirse. Tomé aire y me acerqué a ella. Sus ojos, oscuros como eran, se clavaron en mí, inquisitivos y cansados.

- Parece que esta mañana escuchaste nuestra conversación -fui al grano, sin preámbulos. Andy apretó los labios en una fina línea y apartó la mirada -. No te voy a mentir, todos aquí creemos que antes de tener el accidente de coche eras Violetta Butterfly. Pero también sabemos muy bien que eres Andy Prescott, pase lo que pase.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora