Una noche de lluvia

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- 8 de Julio de 2014 -



Olía a incienso por todas partes, y la escasa luz que entraba por las ventanas, a través de las cortinas rojas, le confería al lugar un aire de misterio y logubridad. Parecía algo así como un fumadero de opio de la Inglaterra victoriana, solo que sin las drogas ni los adictos tirados por cualquier esquina. Estaba sentada en el sofá mientras que el inesperadamente caballeroso Allen preparaba una taza de café cuyo aroma alcanzaba a oler desde donde me encontraba, incluso por encima del de las varas de incienso.


- Aquí está -dijo, apareciendo de pronto en mi campo de visión y depositando una taza sobre la mesa que tenía en frente.


- Gracias.


Allen se sentó frente a mí, al otro lado de la mesa. Tomé un sorbo, sintiendo como el cálido líquido corría a través de mi garganta, llenando mi organismo de la cafeína que tanto necesitaba en ese momento.


- Bueno, vayamos al grano -dije, sacando libreta y boli para tomar nota.


- ¿Aún insistes con lo de que tengo algo que ver con el asesinato? -preguntó arisco.


- No -le dediqué una mirada fría y seria -. En realidad, necesito que me hables de Vincent, Andrea y The Cave tanto como puedas.


Allen pareció sorprenderse.


- ¿Crees que Vincent mató a Gus?


- Creo que Vincent está involucrado en más de un asunto sucio.


- Y quieres que yo te ayude -no lo preguntó, sino que lo afirmó.


Asentí lentamente, leyendo en sus ojos la dirección que iba a tomar la conversación. Su sonrisa de lobo se ensanchó, aún sin dejar ver sus dientes.


- Pero no hay ninguna ley que me obligue a cooperar -continuó.


- Siempre podría acusarte de obstrucción a la justicia -me encogí de hombros, dando otro trago a la taza de café.


- Pero no podrías demostrar que yo sepa nada que no cuente, ¿verdad?


No contesté, aunque tampoco hizo falta confirmarle que llevaba razón. Allen era, en aquel momento, el único en toda la maldita ciudad que parecía no tener ningún problema en testificar. Había sopesado la posibilidad de chantajearle con algún trapo sucio, pero Agnes me había confirmado que estaba completamente limpio. Ni un maldito antecedente, ni una denuncia de ninguna viaja que creyera que le había robado su gato, ni nada. ¡Era un maldito ángel! O quizás, un perfecto demonio.


- ¿Qué saco yo con esto? -preguntó, apoyando los codos sobre las rodillas para acercarse a mí.


- ¿Satisfacción personal? -contesté sarcástica.


El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora