Las buenas cosas se me amontonan

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Aquella mañana me desperté de un buen humor completamente inusual en mí. Ni siquiera sentí la necesidad de quedarme unos minutos en la cama antes de levantarme. Salí de mi habitación y, ¿sabéis lo primero que hice? Tumbarme en el sofá. ¿Y sabéis qué me dijeron mis padres? ¡Nada! Estaba sola, completamente sola, y así sería toda la semana.

Me explicaré: mi abuela y su novio (si, dije su novio) habían comprado unos billetes para viajar a Italia unos meses atrás. Pero, por razones que, suponía, eran solo una excusa para no ir, le regalaron el viaje a mis padres. Y ahí estaba yo, un sábado, por la mañana, sin nada que hacer, y totalmente sola. Sola. SO-LA. ¿Qué hacía que no había llamado todavía a los chicos? Cogí mi movil y marqué el número de mis tres mejores amigos en un llamada múltiple. A los pocos timbrazos ya estábamos hablando todos juntos. 

        - ¡Chicos! -grité eufórica.

        - ¿Quién demonios ha despartado a la bestia? -preguntó Joe medio dormido.

        - Mejor dicho, ¿quién es el demonio capaz de despertar a esta bestia? -soltó Zack.

        - Vi, más vale que esto valga la pena... -gruñó Jade, claramente cabreada por que alguien perturbara su sueño.

        - A ver, a ver, tampoco es nada tan interesanta. Simplemente que tengo la casa para mí solita y...

Tube que alejarme el movil en ese momento, y de no haber sido así, no habría conservado mis tímpanos. Todos estallaron y gritos de entusiasmo, y yo me contagié de ellos. La semana siguiente nos librábamos de clase gracias a una huelga estudiantil. Y yo no quería estar sola todo ese tiempo. Es decir, estar sola en casa un rato era genial, pero las noches en mi casa... No, gracias. 

Quedamos en que todos prepararían sus bolsas y estarían aquí por la tarde. Y mientras tanto, yo buscaría películas para ver y prepararía las habitaciones. Las horas se pasaron volando, y en menos de lo que esperaba, sonó el timbre.

        - ¿Si? -pregunté, más por costumbre que por otra cosa. Sabía exactamente quién era.

        - ¿Está usted contenta con su aspiradora? -preguntó Joe mientras yo me carcajeaba.

        - ¡Largo, no quiero nada! -contesté, fingiendo ser una anciana quisquillosa.

Oí las risas de los demás. Abrí la puerta y en menos de un minuto ya estaban todos arriba. Y yo los esperaba en el recibidor, bol de palomitas y tabletade de chocolate en mano. A Jade se le iluminaron los ojos al verme. 

        - Si, Jade. Hay helado de Jonny's en el congelador -dije, contestando a la pregunta no formulada que leía en su cara.

Ella salió disparada a la cocina, tirando su bolsa de viaje por los aires y gritando "yupi". Joe al menos se molestó en tirar la suya cerca de mi dormitorio antes de seguir a Jade. Resoplando con resignación, soltando el bol de palomitas y el chocolate sobre la mesa del salón. Zack recogió las bolsas de mis amigos y las depositó sobre mi cama, junto con la suya. 

        - Gracias -estaba apoyada en el marco de la puerta.

Zack me miró y me dedicó una de sus sonrisas, esas hermosas y naturales. Llevaba una camiseta negra con cuello de pico y una chaqueta deportiva gris, unos pantalones rasgados y sus fabulosas botas de cordones. En serio, deseaba unas botas así. 

        - ¿Qué pie gastas? -le pregunté instintivamente.

        - Demasiado para tí, princesa -me contestó, leyendo mi mente. 

        - ¿Cómo lo has sabido? -estaba realmente sorprendida. ¿Desde cuándo sabía lo que pensaba? Aunque, si no recordaba mal, ya había pasado otras veces... Bastantes...

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora