La cena de Navidad

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- 30 de Diciembre de 2012 -

Pavo relleno, platos a rebosar de mariscos y carnes variadas, varias fuentes con distintas guarniciones, una gran fuente de ensalada... Todo listo y perfecto sobre la mesa para nuestra cena de Navidad. En un rincón del salón, bajo un árbol improvisada aunque satisfactoriamente adornado, se encontraban los regalos del "amigo invisible". La voz de Sinatra bañaba la estancia y la envolvía con un halo como de película antigua. Sinatra era, con mucho, mi cantante favorito. No encontraba a ninguna otra voz que pudiera hacerle sombra. Quizás por eso le llamaban "la Voz".

Todos nos sentamos en sitios aleatorios (salvo Jade, que decidió que se pegaría a mí como una lapa para que no se le escapara ni el más mínimo de los detalles). Comenzamos a degustar todos aquellos manjares que llevábamos preparando desde por la mañana. Y aunque la comida estaba deliciosa, y la compañía era la mejor, y la música me trasladaba a otra época y lugar mejores, no podía quitar mis pensamientos de las palabras que me había dicho mi madre.

Al llegar aquella mañana a mi casa, esperaba encontrar a mi padre durmiendo en el sofá (era lo habitual, le gustaba) y a mi madre fregando los platos de la noche anterior. Pero últimamente mi padre desaparecía más de lo normal, y aquella mañana no sería una excepción. Y cuando llegué, lo que encontré fue a mi madre, sollozando en el sofá. Al verme entrar se apresuró a secarse las lágrimas, pero era demasiado tarde. "Creo que tu padre me está engañando con otra", me confesó tras un buen rato azuzándola. "Otra vez", apunté mentalmente, pero no lo dije.

En algún punto de mi niñez, había comprendido que mi padre no era una buena persona (de puestas para adentro; en la calle era el mejor hombre del mundo). Lo había aceptado con tanta rapidez que casi sentía pena de mi misma. Pero aprendí a vivir con ello. Sabía que le gustaba emborracharse y discutir. Incluso que la razón por la que se separaron al ser yo un bebé no fue "porque él necesitaba tiempo para pensar". Pero, en lo más profundo de mi ser, en mi fuero más interno, rezaba porque no fuera verdad. Quería seguir viviendo en esa especie de ilusión de familia feliz en la que nos encontrábamos. Fingíamos que todo iba bien, solo para alargar la situación. Y mi madre la primera. Pero si yo descubría que le había sido infiel, que el motivo de sus lágrimas ya no iba encubierto por el alcohol, no podría mirarle jamás a la cara.

Así que, cuando todos decidieron brindar, tardé más de lo normal en reaccionar. Y ninguno de los asistentes a la cena eran tontos. Aún así, agradecí que se hicieran los locos. Jade me miraba con intensa preocupación. En realidad, su mirada pasaba de Zack a mí a cada dos por tres.

- ¿Abrimos los regalos? -preguntó alguien.

Todos aplaudieron la magnífica idea, y pasaron de ocupar las sillas a atestar el sofá en menos que canta un gallo. Yo me senté en una esquina, un tanto absorta. El primer regalo era para Jade: un set de pinta-uñas de colores navideños y un bote de perfume de coco. Para Zack, una bufanda roja tejida a mano y un bote de fijador de peinado. Todos nos reímos cuando Zack hizo una mueca al ver el bote. Estaba claro que, de haber querido en algún momento de su vida fijar el peinado, ya lo habría hecho. Le llegó el turno a Orange, que recibió un un cuaderno forrado de una hermosa tela color borgoña, con un dragón chino dorado bordado a mano. Un libro sobre "Los 100 peinados masculinos más normales" fue el regalo de Joe. Arrugó la nariz al verlo (Joe siempre se peinaba de una forma un tanto... extravagante). Después, un juego de colgante y anillo con camafeos para Rubí (se lo había regalado yo). Y, por último, un unicornio de peluche rosa para mí.

Luego ,llegó la hora de decir de quién era cada regalo. Jade le había regalado a Orange, y ella lo adivinó por el estampado del dragón chino (a Jade le encantaban los estampados asiáticos). Zack y Joe se habían hecho los regalos mutuamente. No era de extrañar, por el tinte cómico de los mismos. El regalo de Jade llevaba la firma de Rubí, y el mío, la de Orange. Y después de eso, llegó el karaoke.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora