Cada noche

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"¿Quién eres?"

Dos palabras, cuatro sílabas, nueve letras. Y esas dos palabras eran, posiblemente, lo que más me había dolido en toda mi vida.

- ¿Cómo que quién soy? -se me escapó una risita nerviosa - Soy Zack.

- Creo que me estás confundiendo con otra persona -dijo ella, tan tranquila.

- Vengo, Vii. Esto no tiene gracia. Deja de...

- ¿Vii? -ladeó de nuevo la cabeza.

Yo dejé caer los brazos como un peso muerto a ambos lados de mi cuerpo. Me sentía pesado, derrotado, acabado. Tenía ganas de llorar. Notaba como las lágrimas ardían detrás de los parpados. Deseaba, entonces más que en cualquier otro momento, que la tierra me tragara y no me escupiera jamás.

No podía ser posible. Era ella. Estaba seguro. ¡Por Dios, si hasta olían igual! O quizás yo me estaba volviendo loco y eso era todo. Tal vez era solo una mala pasada de mi cerebro lo que me hacía verla tan parecida con Violetta. Tal vez era mi problema, y ya está. Creo que me disculpé con ella antes de dar media vuelta y volver al apartamento.



- 25 de Junio de 2014 -

Cuando me desperté aquella mañana Joe ya se había marchado. Quería buscar un trabajo, hacer algo, sentirse útil. Ninguno habíamos olvidado a Violetta, y todos nos sentíamos igual por no poder hacer nada por ello. A eso de las doce de la mañana, alguien llamó a la puerta.

- ¡Traigo el desayuno! -gritaba Jade desde el otro lado de la entrada.

- ¿A estás horas? -pregunté mientras abría.

- ¿Y qué mas da? Es comida, no le hagas ascos.

Se acomodó en el sofá y soltó sobre la mesa una bolsa llena de dulces.

- ¿Dónde está Joe?

Yo me encogí de hombros. No tenía ni la más mínima idea de a dónde podría haber ido. Jade inspeccionaba con atención el cubículo al que osábamos llamar "casa" mientras hacía una leve mueca con el labio.

- ¿No podíais haberos ido al menos a otro barrio?

- Esto era lo más barato -contesté mientras le daba un mordisco a un donut.

Después de servirle una taza de café recién hecho, me senté frente a ella en el suelo. Lo de la noche anterior... ¿debía contárselo? ¿Me creería o me llamaría loco? Quizás pensara que solo fue una imaginación mía (de hecho, ni yo estaba seguro de lo que vi). Así que simplemente pasé del tema y comencé a preguntarle qué tal estaban las chicas. Rubí y Orange llegarían el mes siguiente. 

- Por cierto, -dijo, como restándole importancia - he pasado los exámenes.

Abrí los ojos de par en par. Eso significaba que estábamos un paso más cerca de Violetta.

- Un sargento me ha recomendado para trabajar como detective en una comisaría de aquí cerca. Así que empezaré a trabajar la semana que viene -levantó la mirada del café para clavarla en mí. Sus ojos parecían tan cansados como los míos, y me miraban apenados y condescendientes -. Pronto podremos empezar a buscarla.

Asentí y bajé la mirada. Cómo deseaba que volaran los días...



El techo de mi habitación era blanco y estaba ligeramente agrietado. Una lámpara de muy mal gusto colgaba de un hilo de cables que parecía cuanto menos inestable. ¿Se precipitaría en algún momento sobre mí? ¿Corría ese peligro? Me revolví en la cama e intenté fijar mi atención en otra cosa. Pero, ¿cuánto tiempo llevaba ya despierto, ahí tirado? Aquella noche me resistía a bajar al parque. No quería ir y descubrir que ella, aunque no fuera Violetta, ya no estaba. Llamadme lo que os apetezca, pero, para mí, era como perderla otra vez.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora