Blackbird

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Te quiero. Dos palabras. Tres sílabas. Ocho letras.

Fue como si el mundo se abriera justo debajo de mí, me tragara, y volviera a escupirme al exterior. Como si, hasta ese momento, no hubiera respirado nunca.

Te quiero.

Esas palabras me habían abierto el pecho y se habían clavado directamente en mi corazón, y corrían entonces por mis venas, en mi sangre, invadiendo cada célula de mi cuerpo, haciéndose conmigo.

Te quiero.

Los ojos de Zack brillaban con fiera intensidad. Parecía tan seguro de sí mismo, tan tranquilo... Como si las palabras que acabaran de decir no fueran difíciles de pronunciar. Pero de nuevo podía notarlo. Sus ojos, su respiración, su forma de parpadear o su postura. Cualquier cosa que mirara en él me decía que estaba tan nervioso como yo. Tan asustado.

Sus dedos había dejado de explorar mi palma. Aquella era la primera vez que nos cogíamos de la mano. ¿Era eso importante? ¿Realmente era el momento de pensar en ello? Pero, sin embargo, el simple detalle de ese mínimo contacto entre nosotros me distraía.

- Sé que no querías esto -continuó él, apartando la mirada -. Supongo que siempre lo supe -miraba por la ventana por la que se colaba el olor a tormenta -. Pero no lo soporto más.

No sabía de qué me estaba hablando. Ni siquiera estaba segura de haber escuchado bien aquellas dos (maravillosas) palabras. Pero no podía hablar, así que dejé que él siguiera.

- Pensé... Tuve la esperanza de que las cosas pudieran ir en otro sentido. Por eso intenté alejarme de ti, y no solo porque un gilipollas como Mikel me lo pidiera. Y resulta que fue peor. Incluso acabé pagándola contigo...

"Así que eso era", pensé. "¿Pero por qué no reaccionas, pedazo de idiota?" gritaba la voz de mi cabeza. De haber podido, incluso me habría zarandeado. Zack volvió a mirar nuestras manos.

- Si te incomoda que te toque solo... -comenzó a alejar su mano.

- ¡No! -le agarré.

Por primera vez pude mirarle directamente a los ojos. Estaban abiertos, inquietos. Sus pupilas estaban dilatadas y el brillo azul se había intensificado aún más.

- No me incomoda que me toques -bajé los ojos.

Mierda, mierda, mierda. Violetta, piensa antes de hablar. Busca las palabras. Tienes que decir algo...

- Me gusta que lo hagas.

Un aplauso para mi elocuencia, por favor. "Idiota. Es que eres idiota". Gracias voz, no me había quedado claro. No sabía si había mejorado o empeorado la situación, simplemente sabía que no era capaz de volver a mirarle. Me temblaban las manos, pero no quería soltarle. Debía de notar mis nervios o el rubor de mis mejillas o...

- Violetta, mírame.

- No puedo -sinceramente, no me creía capaz de hacerlo. No en ese momento.

- Mírame -con una mano, me obligó a hacerlo.

Nuestras miradas se trabaron de nuevo, la una con la otra, como unidas por un misterioso magnetismo. Parecía estar suplicándome que dijera algo. Que dijera esas palabras que yo tanto había soñado con escuchar.

Dos palabras, tres sílabas, ocho letras.

- Digas lo que digas, no voy a echar a correr -dijo él en tono sereno -. Ya te lo dije: pase lo que pase, yo siempre voy a estar contigo, a tu lado.

- ¿Siempre? -las lágrimas amenazaban con derramarse por mis ojos.

- Siempre.

- ¿Pase lo que pase?

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora