Sentimientos peligrosos

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 - 15 de Noviembre de 2012 -

        - ¿Te pasó algo ayer? -dijo una voz conocida a mis espaldas, antes de llegar a la esquina del instituto.

Era Orange. Olvidé por completo que le había pedido que me esperara en el patio el día anterior, antes de ir a buscar a Zack. Negué con la cabeza y le expliqué por encima la situación, solo para que se quedara tranquila. Después de saber que en ese momento estaba rompiendo con mi novio, pareció entender mucho mejor la situación. Orange me caía realmente bien. Tenía ese aura de chica buena en la que puedes confiar. Ese día, pensaba presentársela a los demás. Unos pasos más alante encontramos a Joe. Zack estaba a su lado. Me dedicó una tierna sonrisa, y yo no pude evitar sonrojarme. Había arreglado las cosas con él, pero aquello de los sentimientos no lo tenía tan claro. 

Entramos todos al instituto-cárcel, haciéndo las presentaciones por el camino. En la puerta, pude ver de reojo a Mikel, con un hermoso arañazo en la cara, hablando con Diana. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Por algún motivo, no me parecía bueno verlos juntos después de lo del día anterior. Noté como unos dedos rozaban ligeramente mi mano. Al volverme para mirar a quién pertenecían, me encontré con los ojos azul intenso de Zack. Mierda. Mi corazón acababa de dar un enorme salto dentro de mi pecho. 

        - ¿Estás bien? -me susurró, su aliento rozando mi oido.

No pude evitar tensarme y desviar la mirada. ¿Qué haría si Zack notaba lo rojas que estaba mis mejillas, o lo extraño de mi comportamiento? 

        - Sí, no te preocupes -contesté con la voz más normal que supe poner.

        - Esa es mi chica -me revolvió el pelo, y continuó avanzando. 

Demonios, ¿dónde estaba Jade cuando la necesitaba? Quería gritar, esconder mi cara entre mis manos y vaciar mis pulmones de aire completamente, expresándole al mundo lo confundida que estaba por mis malditos sentimientos. Pero no podría seguir engañándome a mí misma mucha más, negándome lo innegable. En realidad, ya lo sabía. Pero no admitirlo me hacía sentir más segura. 

        - ¿Rubí? 

Ella pegó un respingo, bajándose las mangas de la camiseta tran rápido como le fue posible. Pero era inútil. Había salido al cuarto de baño durante la segunda clase, y la había reconocido al entrar en él. Aunque jamás habría imaginado lo que ví.

        - Oh, eres tú, Vii -dijo ella, claramente nerviosa.

Yo me acerqué a ella, le agarré de la muñeca y volví a subir la manga que acababa de bajar. Y ahí, su pálida piel se hallaba salpicada de manchas violáceas y marrones. Varios moratones. Rubí se retorció, tratando de librarse de mi agarre, pero yo no podía soltarla. Sabía que saldría  corriendo.

        - ¿Qué es esto? -le pregunté, muy seria. 

        - Esto... no....- balbuceó.

        - ¿Cuántos más?

Ella me miró de golpe, sus ojos verde pardo llorosos y asustados. Le subí la otra manga, y allí encontre más de aquellas marcas. Y bajo el cuello de la camiseta, y a saber en qué lugares más. Entonces rompió a llorar. Parecía tan indefensa como una niña pequeña. La abracé con fuerza, notando cómo se me partía el corazón al escuchar sus gemidos de dolor. Para cuando consiguió calmarse, la senté conmigo en el suelo, junto a la ventana del baño. No quería preguntarle acerca de los moratones en aquel momento, pero tampoco hizo falta.

        - Al principio fue solo un empujón -dijo ella, con la voz entrecortada -. Otro día una bofeta. Él no es tan malo, es solo que tiene algunos problemas y...

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora