Confusión

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Las siguientes horas de la noche, las pasé de nuevo junto a la fría ventana de la cocina, jugueteando con un trozo de cuerda que retorcía metódicamente entre mis dedos, como un juego para calmar mis nervios. Después de soltar esa bomba, Mikel me dió las buenas noches y se fué. Así, tan tranquilo. ¡Tranquilo! ¡¿Pero cómo demonios podía una persona que se acababa de declarar estar así de tranquila?! Creo que, en el fondo, lo que más nerviosa me tenía era su actitud y no su confesión.

En algún punto entre hacer nudos y desacerlos, me quedé dormida, apoyada contra el frío cristal.

Fue un intenso aroma a café lo que me despertó. Abrí los ojos lentamente para encontrarme con Jade. Estaba sentada justo en frente mío, taza en mano, mirándome como si fuera alguna clase de criatura extraña. Mirándo cómo si supiera que anoche había pasado algo que me había quitado lo suficiente el sueño como para acabar durmiendo en la cocina. Nos miramos unos segundos. Y entonces ella se levantó, dejó la taza de café sobre la encimera y salió de la cocina, cerrando la puerta a sus espaldas. La oi hablar con los chicos, y apenas un par de minutos después, pude distinguir el sonido de la puerta principal al cerrarse. Jade volvió junto a mí, me preparó una taza de té y se sentó frente a mí de nuevo.

        - Ya los he echado. Ahora cuéntamelo -dijo ella.

No pude evitar sonreír ante su inquisición. Era tan típico de ella saber que me había pasado algo, que no comprendía por qué seguía sorprendiéndome. Tomé un sorbo del té que me había preparado (mmm, te negro con naranja y canela...) para entrar en calor y comencé a soltarlo todo. La escena de la noche anterior había durado apenas unos minutos, pero, al relatarla, parecía una eternidad. Jade me escuchaba, atenta, asintiendo de vez en cuando para instarme a continuar. Solté todas y cada una de las palabras a las que les había estado dando vueltas anoche, y ella pacientemente esepró a que terminara. Conforme hablaba, me fuí dando cuenta  de que, en realidad, un pequeñísima parte de mí se alegraba de que Mikel me hubiera dicho que le gustaba. Aunque solo fuera una mentira.

He de decir, queridos amigos, que mi vida amorosa no era lo que se dice muy concurrida. Había tenido un par de novios en el jardín de infantes, como todo niño, pero de ahí no pasaba la cosa. Yo no era el tipo de chica que atraía a los chicos, precisamente. Bajita, pecosa, desaliñada... En fin, justo por eso no había tenido nunca un novio en condiciones. Y justo por eso, supuse, me ponía tan nerviosa que un chico se me confesara.

Cuando terminé de hablar, Jade tomó un sorbo de café y me miró fijamente.

        - Es verdad -comenzó -que hace unos años le prohibí que se acercara a tí. Todos sabemos cuales eran sus intenciones, y una mamá leona tiene que proteger a sus cachorros.

Asentí, sonriendo ante el simil. Me gustaba pensar en Jade como en una mamá leona o mamá osa.

        - También es verdad que le dije que si no cambiaba, seguiría prohibido. Y también es verdad, aunque te pese, que desde lo de Amy, que se sepa, no ha habido ninguna otra chica.

        - Me alaga, pero... -me mordí el labio, rebuscando en mi cabeza las palabras con las que me quería expresar - ¿Que no salga con una chica en un tiempo significa que ha cambiado?

Jade se encogió de hombros, y supe instantaneamente lo que pasaba. Acababa de verle las orejas al lobo. Al principio, seguro que le divertía la idea de picarme un poco con Mikel, de intentar que llegáramos a este punto. Pero ahora, se había dado cuenta de que, realmente, no sabía si Mikel había cambiado o no, y no sabía si quería que estuviera conmigo. Ambos habían tenido una historia, muy seria por parte de Jade. Y en el fondo, en algún rincón de su cabecita, supe que aún le dolía pensar en Mikel con otras chicas.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora