Y al final...

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 - 28 de julio de 2014 -

Lo primero que vieron mis ojos al abrirlos fue una luz tan intensa y cegadora que me obligó a cerrarlos de nuevo durante algunos segundos. Cuando volví a abrirlos tuve que parpadear varias veces hasta que se acostumbraron a la claridad. Estaba en una habitación tan puramente blanca que me pregunté si no abría muerto y aquello sería el más allá. Giré la cabeza más lentamente de lo que me habría gustado para ir examinando el lugar en que me encontraba. La luz que le profería a la habitación aquel halo sobrenatural provenía de una ventana completamente abierta que dejaba ver los rayos de sol en su máximo esplendor. Las cortinas se balanceaban suavemente con la brisa, casi como si bailaran con el vaivén del aire. Solo unos cabellos, de ese color castaño rojizo tan peculiar, ondeando al ritmo de aquellos pedazos de tela blanca daban algo de color a la pulcra habitación. 

Sentada, con un cuaderno y un lápiz entre las manos, rodeada por el halo que la luz provocaba al incidir sobre ella, estaba Andy, también vestida de blanco. Era como una visión, como esa dama fantasmal que se le aparece al protagonista de alguna película, un ser hermosamente etéreo. Sus ojos se movían con rapidez sobre el papel mientras el lápiz, atrapado entre sus gráciles dedos, trataba de seguir el ritmo. De vez en cuando fruncía el ceño y pellizcaba el labio entre sus dientes con frustración. No pude evitar reír levemente, pensando para mis adentros que si así era el más allá, no me importaba morir.

Pero entonces sus ojos se levantaron del papel, brillantes como diamantes, para dirigirse hacia mí, y la habitación comenzó a cobrar más color. Las paredes no eran de ese blanco brillante que me había parecido al principio, la luz que entraba por la ventana tenía el tono anaranjado de una puesta de sol, y lo que había creído que era un vestido de seda blanca no era más que una bata de hospital. 

 - ¿Zack? -preguntó con la voz rota.

Sin darme tiempo a responder se levantó de un salto y comenzó a mirar de un lado para otro, como preguntándose qué debía hacer primero. Saltó hacía mí y me estrechó con tanta fuerza que creí que me rompería. Me dolía cada centímetro del cuerpo, pero no podía decirle que se apartara. Con palabras atropelladas me dijo que iría a avisar a un médico y que volvería en un abrir y cerrar de ojos. 

La siguiente hora pasó entre enfermeros y médicos visitándome, haciéndome todo tipo de pruebas para comprobar que estuviera fuera de riesgo y explicaciones de qué me había pasado exactamente. Si no me hubieran dicho que había pasado días en como jamás lo hubiera creido. Para mí simplemente había sido un extraño sueño que apenas podía recordar. 

Cuando dejaron entrar a Andy ya no iba sola. Todos me rodearon con los ojos vidriosos y sonrisas que se alargaban de oreja a oreja para contarme cada noticia que se había dado mientras yo dormía. Vincent estaba entre rejas, y mi padre le acompañaba, junto con decenas de nombres que no reconocía de nada. Y no me arrepentía de que mi progenitor se encontrara en aquella situación. Solo había una cosa que me preocupaba.

 - ¿Y mi madre? -pregunté.

Tan pronto las palabras salieron de mi boca el rostro de Jade se volvió sombrío. Frunció los labios antes de responder.

 - Ha sido acusada en calidad de cómplice. El juicio no será hasta dentro de unas semanas, pero...

 - La van a meter en la cárcel -sentencié -. Ya lo había supuesto. 

Jade cerró los ojos y asintió con pesadez. Andy, a mi lado, me agarró fuerte de la mano. En aquel momento una enferma entró avisando de que la hora de visitas había terminado. Todos se despidieron y fueron saliendo de la habitación, salvo Andy.

 - Tienes que irte a tu habitación -dijo la mujer, tratando de no sonar demasiado arisca.

 - No me voy a ir -dijo ella, con su inexpresividad característica.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora