CAPÍTULO XXVI "BOTONES LOCOS Y LUNA ROJA"

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Llegué a la escuela temiendo por la vida de Shantall, los gitanos son capaces de cobrar venganza aunque no les conste que fue Corey el que se cargó a Samuel

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Llegué a la escuela temiendo por la vida de Shantall, los gitanos son capaces de cobrar venganza aunque no les conste que fue Corey el que se cargó a Samuel. Estaba concentrado pensando en ello, Corey ¿Cómo piensa resolver ésto? Los Murr se van a lavar las manos y harán lo que esté a su alcance para callar a Corey o para demostrar que en efecto, él mató a Samuel Keane. 

—Ya basta Anthony, déjame en paz —un sujeto molestaba a una de las gitanas Keane, suspiré, ella traía si bandeja y solo quería comer en un lugar tranquilo cuando uno de los idiotas comenzó a tocarla y finalmente, le rompió los botones de su blusa y exhibió su sostén negro. 

—Qué bonito —se rieron, ella se congeló y agachó la mirada, avergonzada, me acerqué con el cigarrillo en los labios. 

—¿Qué es tan gracioso? 

—Algo que no te importa, viejo, piérdete —estaba llorando, entonces me miró, fue como si me hiciera la imprimación, sus ojos hechizos me hicieron mirarla un poco más de la cuenta, a sus ojos, a ningún otro lado. 

—Saben, me molestan los tipos cómo ustedes, se sienten muy hombres y creen que pueden molestar a una chica solo porque se les hinchan las pelotas, pero, creo que no puedo tolerarlo más —miré a la chica, le sostuve la charola, se cubrió el pecho—, oye —me miró— ¿Me permites? —sostuvo mi cigarrillo, suspiré y golpeé al primero con la charola, se vinieron los otros tres encima y comencé a golpearlos, me sentía como un buen acróbata haciendo rutina matutina. Me deslicé por una de las mesas y golpeé uno, después apareció tres y le estrellé la cabeza en la mesa mientras el resto de la escuela, con asombro, me miraba. Terminé mi espectáculo, los demás estaban en silencio, me acerqué a la chica y recibí mi cigarrillo, ella me miraba con impresión—, gracias, traeré de nuevo tu desayuno. 

— Tú… 

— ¿Yarah? ¿Cierto? 

— Michael Wolffer. 

—Ese maldito soy yo —fui por mí charola  se la di, se sentó sola en la mesa, todos la miraban, a ella o a mi, da igual. 

—Gracias.

—Un placer —sonreí y me giré para marcharme, ya a medio camino, me detuve—, ah, por cierto, para mí tus pechos son perfectos —le guiñé el ojo y salí de los comedores y, de forma inesperada, ella me siguió, curiosa, supongo que quiere saber si estoy herido o algo así. 

—Oye, espera —me tomó del hombro a su medida, es por mucho más baja que yo—, no te agradecí por lo que hiciste, no cualquiera estrella a tres tipos tan fácil.

—De hecho sí, dijiste "gracias" y no fue la gran cosa ¿Estás bien? 

—Aparte de mi blusa destrozada y que la mitad de la cafetería vio mis pechos, estoy bien, siempre puede ser peor. 

—No dije lo que dije para que te sintieras mejor, dije lo que dije porque es verdad, son lindos, no los vi, pero son lindos —se avergonzó, elevé su mentón con el dedo índice—, igual que tú —ay Michael, desde cuándo tan directo, ya lo había dicho, así que sonreí. 

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