Una situación peligrosa

318 35 2
                                    

― ¿Entonces? ― insistió. ― ¿No se suponía que tomarías un café con tus amigas? ― me reñía mirándome fijamente. ― A penas van a dar las ocho de la noche y ustedes ya estaban ahogándose en alcohol. ― hizo una pausa. Quizás esperando a que yo dijera algo, pero permanecí callada viendo mis dedos entrelazados entre sí sobre mi regazo. ― Jamás me lo esperé de ti.

Ese último comentario hizo mella en mi cráneo ya adolorido.

― Te agradezco por haberte tomado la molestia de ir a buscarme y hacer que atendieran mi golpe. ― le contesté, levantando la cabeza y sosteniéndole la mirada. ― Pero eso no te da derecho a regañarme por cómo decido pasar el tiempo con mis amigas. Estábamos en casa, no corría peligro.

― ¿No corrías peligro? ― levantó la voz y eso me ocasionó una punzada de dolor. ― ¿A caso no te has visto? ― se escuchaba molesto. ― Pudiste haber caído peor y hacerte más daño en la cabeza. El golpe pudo hacerte un daño irreversible. ¿En serio no comprendes lo frágil que eres?

Tragué saliva al ver su rostro pasar de molesto y decepcionado a verse honestamente angustiado. Comencé a sentirme culpable por mis acciones imprudentes y mi comportamiento malcriado.

― No pensé que te preocupara tanto. ― sentía un nudo en la garganta.

― ¿No te lo he dicho ya? ― suspiró. ― Eres alguien muy importante para mí.

Sentía como mi rostro se calentaba, pero no aparté la mirada.

― Si, lo dijiste. ― musité. Me percaté que el cuello de la camisa blanca de Jumin se había teñido de rojo oscuro. ― Perdón, te manché la ropa.

― Eso no importa. ― dijo sin fijarse en ello. ― Le daré la receta a uno de mis hombres. Volveré en un momento.

Asentí y él se puso de pie, caminó a la puerta, pero lo detuve antes de que saliera.

― ¿Cuándo podré irme?

― Quizá no lo dejé claro. ― se detuvo en la puerta y volteó a verme. ― Permanecerás en mi hogar hasta que te recuperes del todo, así tenga que mantenerte como mi prisionera. ― me dijo con una sonrisa burlona.

Me quedé sola, sentada y viendo la puerta con los ojos como platos. Eso que dijo me había sorprendido. El corazón me latía rápido, y por un momento olvidé el dolor de cabeza. Solo por un momento.

Era impresionante cómo influye en mí cada palabra que salía por su boca.

La habitación era bastante amplia, con unos enormes ventanales donde se podían ver las luces de los edificios de Seúl iluminando la noche. Las paredes eran blancas, la decoración consistía en tonos grises y azules. La cama me parecía enorme, de madera gruesa en color gris oscuro, las sábanas eran negras y la colcha tenía un diseño estampado de colores grises y blancos.

La puerta se movió sin nadie empujándola, o eso creí hasta que escuché el maullido de un gato. Elizabeth III caminaba con gracia por la habitación y se trepó a la cama sin problema alguno. Parecía no molestarle mi presencia en la cama de su amo. Se acercó a mí y dejó que le acariciara la espalda a la vez que se acurrucaba a mi lado.

Jumin entró a la habitación y se fijó en Elizabeth III acurrucada conmigo. Llegó hasta la cama y se sentó a mi lado.

― Le agradas.

― Creo que me recuerda.

― Eso parece. ― dejó que la gata jugara con su dedo índice por un rato a la vez que yo seguía acariciando su suave pelaje. ― Prepararé la bañera para ti. ― volvió a levantarse, sin esperar una respuesta de mi parte.

En los brazos de Jumin HanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora