Prometida

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Era lunes por la mañana. Como de costumbre, la mucama me hacía despertar a regañadientes. Yo quería seguir durmiendo. Ya que sería un día sin que hacer, como todos los días de la semana pasada, decidí que no quería aparentar estar bien en el desayuno.

Cerré mis ojos, juro que solo por un par de segundos, pero cuando parpadeé ya habían pasado dos horas.

Me estiré deliciosamente y gemí perezosa.

Salí de mi habitación sin siquiera cambiarme de ropa.

Seguía en camisón y pantuflas cuando fui al jardín a recibir un poco de vitamina D por parte del sol. Era una mañana hermosa, aunque el frío escocía mi piel.

Escuché la risa ronca y sonora de mi padre que provenía desde el comedor, seguida de la voz de mi madre, aunque no podía escuchar lo que estaba diciendo, parecía entusiasmada.

Luego percibí el aroma de café recién echo y mi estómago clamó agónico.

Fui siguiendo el rico aroma que se guiaba al comedor.

― Buenos días, perezosa. ― me recibió mi padre sentado en su sitio en la mesa. Junto a él mi madre, y frente a ella estaba sentado Jumin con una taza de café.

Se veía hermoso y elegante como siempre. Traje de tres piezas en color negro, corbata negra y camisa blanca de vestir. Se había cortado el cabello, ya no le tapaba la frente, aunque lo seguía teniendo un poco alborotado.

― Buenos días. ― balbuceé sin dejar de verlo sentado como si nada en mi comedor.

― Buen día, querida. ― me dijo mi madre, pero yo ni caso le hice.

― Buenos días, Danny. ― me saludó Jumin. Clavó su mirada gris en mí, su sonrisa escondida tras la taza de café parece no ser honesta.

― Hola, Jumin. ― tragué saliva.

― Acompáñanos, princesa. ― me invitó mi padre.

Asentí.

Me encaminé del lado de mi madre en la mesa, pero Jumin se levantó antes para ofrecerme la silla junto a él. Yo vacilé un poco. Vi la silla y luego a él, luego a mis padres y decidí aceptar su invitación.

― Gracias. ― susurré al tomar asiento.

Jumin acomodó la silla y uno de sus dedos se escurrió tras de mí, tocando mi espalda por un segundo y provocando un escalofrío.

― Es un placer. ― dijo con voz aterciopelada.

Estaba jugando conmigo.

Jumin se sentó en la silla junto a mí sin dejar de verme.

― ¿Y Taeyang? ― pregunté.

― Ya salió a trabajar. ― me respondió mi madre. Su sonrisa no le cabía en el rostro. ― Mi niña, te quedaste dormida hasta tarde. Jumin llegó hace media hora. ― me siguió hablando ella, claro no presté atención. Sentía los ojos de Jumin en mí, pero no me atreví a verlo. ― Iba a ir a despertarte, pero Jumin insistió que te dejara dormir.

― Ya veo. ― dije ensimismada.

― ¿Le ofrezco café, Srta. Danielle? ― me preguntó una empleada y yo asentí.

― Jumin vino a hablar con tu padre. ― se apresuró a decir mi madre.

― ¿Ah sí?

― No solo eso, madre. ― dijo Jumin cálidamente y volteé a verle. ― También vengo a verte. ― me sonrió.

No me has hablado en una semana y ahora eres todo sonrisas... Patán.

― Di algo, cariño. ― me animó mi padre. ― No te quedes callada.

En los brazos de Jumin HanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora