Rojo carmesí

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Hubiera deseado que solo fuéramos Jumin y yo en el auto, pero ninguno de los dos manejaba decentemente así que su chofer nos acompañó.

Me sentía nerviosa.

― ¿Estás bien? ― me preguntó Jumin. Tomaba mi mano y se la llevaba a los labios. Adoraba ese gesto de él. Sus labios besaron mis nudillos y yo me ruboricé. ― Te noto ansiosa.

― Bueno, un poco. ― murmuré. ― No es que haya matado a alguien.

― ¿Entonces?

― Solo espera.

En Yeongdeungpo-gu, cerca de las estaciones de metro, se encontraba un café en uno de los edificios. El café se llamaba "Distrito Rojo". Jumin alzó la ceja, como dudando si la dirección que le di al chofer hubiera estado incorrecta. Salimos del coche, él me tomó de la mano por puro instinto.

Veía con recelo en todas direcciones.

― Es por aquí. ― halé de su mano y le encaminé dentro del establecimiento. Había un par de mesas con clientes del café, un par de meseros y un barista hasta el rincón. ― Buenas noches. Vengo a ver a Kuyng-hee ― le dije a un mesero.

― ¿Quién lo busca?

― Me llamo Kim Danielle.

Mi nombre fue suficiente para que el mesero supiera quien era yo. Supuse que Hee le había mencionado mi nombre en estos últimos días.

― Está en su estudio. Segundo piso. ― dijo y señaló con el dedo en una dirección. ― Por allá están las escaleras.

Asentí en agradecimiento y halé a Jumin.

― ¿Te conoce? ― me preguntó Jumin tras de mí.

― No.

Al subir al segundo piso nos encontramos con una pequeña sala de estar decorada exóticamente. Los sillones eran de terciopelo rojo, la luz era tenue y las paredes estaban adornadas con pinturas de cuerpos femeninos desnudos, posando sugerentemente.

― Debería contactar con su decorador de interiores. ― se burló Jumin.

Sonreí por la broma.

Solté su mano y caminé hasta llegar a una mesita en la que había una campanita.

― ¿Cómo sabes de este lugar?

― En la universidad. Una vez acompañé a mi amiga Mary aquí. Tenía que entregar unas cosas a un compañero de su clase.

― ¿Su compañero vive aquí? ― preguntó incrédulo.

― No. ― le dije y sacudí la campanita. ― Este es su estudio.

De una puerta negra apareció Kuyng-hee, con una botella se alcohol en la mano, cabello largo y desaliñado y un mandil cubierto de pintura seca.

― ¡Danny! ― me llamó efusivo, y justo antes de abalanzarse sobre mí, notó que no venía sola. ― ¿Sr. Han? ― dijo bruscamente y se quedó inmóvil. La cara de Hee era todo un poema. Jumin le veía severo. ― Pero que sorpresa. ― y ahora Hee me veía inquisitivo.

― Perdón por venir sin avisar. ― dije aguantando un poco la risa que me daba verle así. ― Es que Jumin quiere verla.

― ¿Qué? ― dijo Hee. ― ¿En verdad?

― Si. ― dijo Jumin, aun sin saber de lo que estaba hablando.

Hee se le quedaba viendo a Jumin y después me veía a mí.

― ¿Se lo contaste a tu novio?

― Solo déjanos entrar a verla.

― Lamento decirlo, pero aún no está terminada. ― tartamudeaba. ― Pueden esperar a verla cuando esté en exhibición.

En los brazos de Jumin HanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora