Hermanos

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El camino a casa fue más corto que de costumbre. Tal vez porque Taeyang estaba nervioso y me transmitía el sentimiento.

Le ayudé a elegir las palabras correctas, aunque ninguno de los dos sabía cuáles eran esas benditas palabras. De una cosa estábamos seguros; debíamos hacerle saber a nuestro padre de la amenaza de filtrar las fotos, más no de la demanda que del extorsionador.

Llegamos a casa un poco antes de la hora de la cena. Dejamos el carro en el estacionamiento y entramos a la mansión por la puerta trasera de la cocina.

― Sr. Kim. Srta. Kim. ― saludaron las empleadas al vernos entrar.

― ¿Dónde está el Sr. de la casa? ― preguntó Tae.

― El Sr. presidente se encuentra reposando en su habitación. Pronto bajará él y la señora para la cena.

Tae asintió.

― Vamos, Danny. ― me dijo y yo le seguí.

La habitación de nuestro padre se encontraba en el ala contraria a la mía y de Taeyang. Al adentrarnos por el pasillo, acercándonos a nuestro destino, Tae me tomó de la mano, apretándome levemente, lo que hizo que me sorprendiera. 

Yo me aferré a él.

Nos detuvimos en la puerta de madera oscura.

Tocó un par de veces hasta que escuchamos la voz ronca de papá.

Estaba sentado en una sella mecedora junto a la ventana. Veía en la TV la novela más popular de la temporada. Vestía un pijama negro y cubría sus rodillas con una manta blanca.

― Taeyang. Princesa. Pensé que era la servidumbre. ― nos saludó al vernos. ― ¿Ya es hora de la cena? ― luego se fijó en nuestras manos unidas. ― ¿Qué pasa? ― sonrío. ― Alguna travesura han hecho.

― Ya no son niños, cielo. ― dijo nuestra madre al salir del baño. Tenía una mascarilla verde en toda la cara, el cabello recogido en un chongo alto y llevaba puesto un albornoz.

La expresión de mamá cambió, de ser despreocupada y con una sonrisa, pasó a fruncir el ceño al verme de la mano de Tae.

― Padre. ― comenzó Tae. ― Debo decir algo.

― La cena debe de estar lista. ― comenzó a hablar mi madre en un tono apresurado y acercándose a la puerta, con la intención de regresarnos.

De algún modo ya intuía nuestras intenciones.

― Espera. ― la paró mi padre, leyendo la situación. ― Mis hijos tienen algo que decir, ¿no es así? Acérquense.

Tomó el control remoto y apagó la TV.

Nos indicó con un gesto para que nos sentáramos frente a él. Su semblante se volvió serio, pero no severo.

De algún modo volví a tener seis años y Tae diez. La situación me recordó a cuando éramos pequeños y no hacíamos otra cosa más que pelear. Y papá siempre nos reprendía por eso.

Tae volvió a apretar mi mano cuando ambos nos movimos de la entrada y caminamos hasta con mi padre. 

Mi madre no dejaba de vernos, intrigada. Nuestros ojos se encontraron, y con su mirada suplicaba una explicación. Yo solo me encogí de hombros. 

Nos sentamos en el sofá que se encontraba frente a él.

― ¿Qué se traen ustedes? ― volvió a preguntar papá, con su voz ronca.

Miré de reojo que nuestra madre se sentó al borde de la cama, expectante.

Tae se encontraba tenso junto a mí. 

En los brazos de Jumin HanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora