Caída libre al paraíso

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Desperté con la mejilla entumecida dado al tiempo que la tuve apoyada en el cristal frio de la ventana. No recordaba qué había pasado, o cómo había llegado a ese coche. Moví un poco la cabeza, intentando enderezarme en mi lugar.

Gran error.

Sentía que la cabeza mi iba a explotar. Dolía a más no poder, el cuerpo lo sentía pesado y mis movimientos eran torpes.

Un aroma dulzón, extrañamente familiar, emanaba en la cabina del vehículo, tanto era el hedor, que resultaba nauseabundo.

Estaba sola.

¿Qué hago aquí?

Logré enfocar el sentido de la vista en la ventana frente a mí. El paisaje era boscoso, solitario y apaciguador. Logré vislumbrar lo que parecían ser los primeros copos de nieve del año que caía sobre la ventana.

¿Vine con Jumin?

¿Dónde está?

Me sentía ebria. No recordaba haber tomado.

De repente, la puerta se abrió Alguien apareció en mi nublado campo de visión, no vi de quien se trataba. Esa persona se inclinó sobre mí para quitarme el cinturón de seguridad, y con dedos delgados y fríos, me tomó del mentón y alzó mi rostro.

― Jumin... ― balbuceé.

Escuché una maldición, seguido a esto, fui puesta en pie con brusquedad fuera del coche. El frío golpeó mi rostro, incluso el aire que respiraba congelaba mis fosas nasales.

Me temblaban las rodillas.

Intenté andar por mi propia cuenta, pero no di ni dos pasos cuando di de bruces contra el suelo, lastimándome la rodilla.

Una risa burlona y estridente se escuchó a mi lado.

¿Qué es esto?

Abracé mi rodilla dolorida. El ardor me hizo recuperar un poco mis sentidos, y vi que mi pantalón se había desgarrado, exponiendo mi piel raspada.

― ¡Dios! ― exclamó mi acompañante, arrodillándose frente a mí. Por fin le vi bien la cara. ― Sí que te ves patética justo ahora.

Saeran se veía excitado, realmente feliz.

De repente caí en cuenta y recordé parcialmente algunas cosas.

Me había escapado del penthouse porque me iba a encontrar con Saeran.

Hye.

Volteé a todas direcciones, pero solo Saeran se encontraba conmigo.

― ¡Hey! ― llamó mi atención, tomándome con fuerza del mentón. Sus dedos largos y afilados lastimaban mis mejillas frías.

Sus ojos enrojecidos me examinaban con detenimiento.

― No pensé que durmieras tanto con la dosis que te administré. ― comentó.

― ¿Me drogaste? ― pregunté en un susurro.

Pero él decidió no responder y se puso en pie. Le escuché andar hacia el coche y abrir la puerta para rebuscar entre las cosas ahí dentro.

¿Cuánto tiempo dormí?

¿Cómo pudo drogarme?

No podía creer que fuera tan estúpida como para haber ingerido cualquier cosa que él me diera.

Escuché un portazo tras de mí, seguido de unos pasos.

― No perderé el tiempo solo porque "Su alteza" no puede mantenerse por sus propios pies. ― Saeran volvió a aparecer frente a mí, viéndome desde arriba con soberbia. ― Tendrás que seguirme el paso así sea a rastras.

En los brazos de Jumin HanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora