El hombre extranjero

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El sol de medio día resplandecía sobre nuestras cabezas cuando llegamos al muy lejano Gangneung. Era sorprendente el cambio de clima, pero se agradecía el calor y la brisa marina.

― Nos instalaremos primero y después daremos un paseo, ¿te parece? ― me preguntó Jumin al salir del coche.

― Está bien.

Tomados de la mano fue que entramos al glamuroso vestíbulo del Skybay Hotel Gyeongpo de Gangneung. Enorme, de paredes altas y mármol en tonalidades beige. Unos cuantos huéspedes se encontraban pasando el rato en los diversos juegos de salas de sofás y sillones elegantes distribuidos por el lugar.

Una tenue melodía de recibidor era acompañada por el sonido de la caída de agua. Se trataba de una enorme fuente al centro del vestíbulo. Un enorme cuenco del cual emanaba un chorro de agua y caía, a lo que parecía ser, un pequeño riachuelo artificial.

Tres empleados tras el mostrador nos recibieron con una sonrisa amplia.

― Buenos días, Sr. Han. Srta. Kim. ― nos saludó no de ellos. ― Los estábamos esperando.

Jumin intercambió un par de frases con el recepcionista, después éste le dio dos tarjetas con el código de acceso de una de las suites. Uno de los empleados del hotel recibió nuestras maletas y se adelantó a subir.

― Les llamaré si necesitamos algo. ― le dijo Jumin al guardia que nos acompañó desde que salimos del penthouse.

El hombre se inclinó, despidiéndose, y se marchó de vuelta al coche a acompañar a nuestro chofer, supuse yo. Me pregunté lo aburrida que podría ser la vida de quienes trabajaban en el área de la seguridad privada.

Me compadecí un poco, aunque agradecía la privacidad.

― Una para ti y una para mí. ― dijo al darme una de las tarjetas de acceso. ― Vamos, cariño. ― me encaminó a los ascensores.

La suite se encontraba en el piso dieciséis. Era amplia, de pisos de madera oscura y paredes blancas. Había una pequeña sala, dos camas matrimoniales y un balcón con vistas al océano.

― ¡Mira esa vista! ― exclamé. Fui directo a abrir la puerta corrediza de cristal. Me aferré al barandal y contemplé las olas romperse en la orilla. ― Es increíble.

― Me alegra que te guste. ― susurró en mi oído. Rodeó mi cintura, abrazándome por detrás y besó mi nuca. ― ¿Te gustaría dar un paseo por la playa?

― Me encantaría, pero ¿Podemos ir solos?

― ¿Te incomodan los guardias? ― parecía curioso. ― Están por nuestro bien.

― Entiendo. ― traté de no escucharme berrinchuda. ― Me pareció una idea romántica ir a caminar a la playa en el atardecer. Solos.

Jumin lo pensó por un momento.

― Puedo decirles que guarden una distancia prudente. Te prometo que no notarás que están ahí.

― Está bien, cariño.

― Por lo pronto. ¿Qué te gustaría hacer?

― ¿Qué propone usted, Sr. Han? ― me giré para quedar de frente a él, rodeando su cuello con mis brazos, de puntitas para darle un beso casto.

― El lugar tiene sauna, piscina privada en el techo y uno de los mejores restaurantes.

― Me gustaría un rico masaje antes de lo que me espera esta noche.

― ¿Te preocupa algo de la fiesta? ― frunció el ceño.

― A parte de la presión por mantener en una pieza el vestido, que muy generosamente compraste, está el hecho de asistir a la fiesta de mi queridísima suegra.

En los brazos de Jumin HanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora