Mientras Rose realizaba un rápido examen médico al enfermo, que tras notar la presencia de otra persona en el cuarto parecía haberse alterado una vez más, Enjolras permaneció sosteniendo su mano en silencio, casi sin darse cuenta. Solo cuando Rose le pidió que se apartara un poco para revisar uno de los brazos se vio obligado a soltarla, y su ausencia en su propia mano le dejó una momentánea sensación de frío y de soledad.

Siguió observando en silencio la figura inconsciente de Grantaire mientras Rose completaba el reconocimiento. Unos minutos después, la joven determinó que la alteración del convaleciente se debía a que su fiebre había subido de nuevo en las últimas horas.

—¿De nuevo? —repitió Enjolras sin pensar, solo una parte de él lo suficientemente lúcida como para asimilar dónde se encontraba y que la vida de la persona a la que había ido a ver, y de la que ahora no era capaz de desviar la mirada ni un solo segundo, corría serio peligro.

Rose asintió. Más allá de un gesto sombrío en su ceño,  su expresión no evidenciaba emoción alguna: se mostraba tan neutral como todas las veces que se había encargado de las revisiones médicas del propio Enjolras, seria y profesional.

—Hoy ha sido un día complicado para él. Léon consiguió que su estado se estabilizara al final de la tarde, pero parece que aún no está todo bajo control. Aún —prometió.

Entonces le indicó con un gesto que permaneciera junto a Grantaire y, ante la confusión de Enjolras, abandonó la habitación sin añadir nada más. Unos segundos después, durante los que Enjolras se limitó a obedecer a pesar de no entender lo que estaba haciendo, reapareció portando un pequeño barreño de agua y se acercó al lecho. Enjolras la observó con interés mientras sumergía un paño dentro del barreño y lo escurría concienzudamente antes de disponerlo sobre la frente de Grantaire, que profirió un pequeño suspiro bajo el contacto; probablemente estaba fría en contraste con la temperatura de su piel.

—¿Eso le ayuda? —preguntó Enjolras casi con timidez, acercándose para mirar con más atención. De un momento a otro, sentía algo de vergüenza por su escaso conocimiento sobre medicina, como si esa ignorancia fuera la causa directa de que no supiera cómo mostrarse útil en esos momentos. Combeferre era médico y en ocasiones le había explicado algunos conceptos, fascinado, como siempre, por la anatomía y los mecanismos de todas las cosas, tanto humanas como mecánicas...

Pero Combeferre ya no estaba.

Rose, ajena a la honda tristeza insegura de Enjolras, asintió con un encogimiento de hombros.

—En cierto modo. Sirve para aliviar la fiebre, aunque hay que cambiarlo de vez en cuando si vuelve a subir y, entonces, sirve para más bien poco. —Se sacudió las palmas de las manos y suspiró—. Por el momento no puedo hacer mucho más. Mañana a primera hora despertaré a Léon y veremos qué...

—¿Puedo quedarme con él?

Rose lo miró boquiabierta, interrumpida a mitad de frase.

—¿Cómo dice?

—Podría velarle —insistió Enjolras, sabiendo que sonaba como un loco proponiendo algo así de repente. Sobre todo por la tensión de sus propias heridas, que empezaban a resentirse después de haber permanecido tanto tiempo de pie, y las evidentes muestras de cansancio en su rostro; pero él no pensaba en nada de eso—. Yo podría cambiarle el paño regularmente, como ha hecho usted. Así usted podría retirarse por esta noche: no debe de haber descansado apenas el día de hoy, ¿me equivoco?

Rose pareció contrariada, aunque no se esforzó por negarlo.

—Pero usted también necesita reposo, monsieur —replicó, no obstante—. Y no es bueno para sus heridas que permanezca tanto tiempo de pie...

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora