Tras las últimas noticias que les había transmitido, Léon no volvió a escribirles acerca de Marius durante un tiempo. A mediados de marzo, cuando ese silencio empezaba a extrañarles, Enjolras y Grantaire recibieron una carta en la que su amigo les contaba que había logrado reunirse por fin con el joven barón, pues por ese título se hacía llamar Marius Pontmercy; dato ante el que Enjolras —igual que había hecho en el pasado— no pudo evitar fruncir ligeramente el ceño, para diversión de Grantaire.

Su recepción, no obstante, había sido bastante extraña. Por esa palabra que creyeron que sustituía a "incómoda" designaba Léon el profundo silencio en el que monsieur Pontmercy y él habían permanecido en la sala de visitas durante un largo lapso, tras exponerle sucintamente sus motivos para visitarlo. Ni siquiera los había mencionado a ellos, al principio, juzgando mejor que sus palabras hablaran por sí mismas... y, en efecto, cuando le hizo entrega por fin de su carta, en parte para romper el silencio, en parte para ir directamente al asunto, el solo remitente hizo que el joven palideciera hasta la raíz del cabello.

Después, mientras leía, había habido una prolongada pausa, a pesar de que sus ojos azules parecieron haberse quedado inmóviles en un punto fijo del papel, como si no supieran continuar a partir de ahí.

No había reaccionado durante un buen rato, y cuando Léon, inquieto, intentó preguntarle si se encontraba bien, Marius Pontmercy se levantó de golpe, exigiendo saber qué significaba aquello con una mirada tan fiera como asustada, o tal vez más de lo segundo. Tal vez no había sido miedo exactamente, tal vez había sido puro desconcierto, pero Léon no había podido fijarse demasiado en ello, porque antes de que lo supiera —con una llamada y una orden tan rápidas que apenas las procesó— un criado lo estaba conduciendo a la salida bajo el pretexto de que el barón necesitaba pensar en soledad y contactaría con él de nuevo más adelante.

Desde entonces, contaba Léon, había esperado unos cuantos días, no queriendo decirles nada antes de tiempo. Sin embargo, dos semanas después seguía sin tener noticia alguna, por lo que había decidido ir escribiéndoles para que estuvieran sobre aviso.

—Debe de haberle afectado mucho la noticia —comentó Enjolras, algo inquieto—. Esperemos que acabe entrando en razón.

—Es Marius —repuso Grantaire, como si eso, por sí solo, explicara todo—. Ya lo conoces: pasará un tiempo pensando, mucho, mucho tiempo... pero luego tomará una decisión, mejor o peor, y en eso nosotros no podemos intervenir.

Enjolras tuvo que asentir, resignado.

—Tendremos que seguir esperando, entonces.





Y eso hicieron. Durante las siguientes semanas, como hasta entonces, se limitaron a seguir viviendo sus vidas lo más tranquilamente posible, centrándose en el día a día mientras las cartas iban y venían, mientras sus trabajos prosperaban o peligraban dependiendo del momento, mientras su convivencia continuaba con la serenidad de lo acostumbrado y su amor, que había pasado a un segundo plano de su atención, se fortalecía en la compañía, el apoyo y el aprecio que los dos seguían profesándose como el primer día. Que a veces, incluso, solo parecía ir en aumento, como una fuerza infinita que, aunque intensa, se había asentado en sus corazones dulce y mansamente.

Aquello les fue especialmente notorio cuando, a finales de marzo, se dieron cuenta de que ya se cumplía un año desde que se habían sincerado el uno con el otro respecto a sus sentimientos. Un año entero desde aquella tarde de primavera en la foresta de su villa, de aquellos primeros besos en la colina que los habían llevado a la confusión y a la comprensión a partes iguales; pero, sobre todo, a una conversación que quizás hacía ya tiempo que deberían haber tenido, y que sin embargo llegaba en el momento oportuno.

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora