Mientras el mes de mayo seguía avanzando, Enjolras y Grantaire no volvieron a hablar de su incierto regreso a París en el futuro, si bien los nombres de sus amigos, como siempre, continuaron estando presentes en sus conversaciones. Ahora que ambos habían traspasado la barrera de los sucesos de las barricadas, Grantaire al atreverse a preguntar y Enjolras al enfrentarse a sus recuerdos en voz alta, se sintieron más preparados para compartir el uno con el otro las experiencias que los dos habían vivido en aquellos fatídicos días de manera más directa; especialmente Enjolras, quien se vio dispuesto, por fin, a reseñar a Grantaire algunas de las cosas que este no había presenciado debido a su ebriedad. Cosas que ahora, tras el paso de casi un año, se sentía algo más capaz de aceptar como realidades, y no solo como pesadillas que tratar de olvidar durante el día.
La proximidad del aniversario, por otro lado, siguió inspirándoles a ambos una angustia inconfesable, paliada apenas mediante sus conversaciones. Por un lado, hablar juntos sobre lo que había ocurrido en las barricadas les servía para, de algún modo, aminorar la intensidad del dolor que aún llevaban dentro, aunque solo fuera por el hecho de compartirlo entre dos; pero, por otro, el avance del tiempo, la conciencia de que pronto se cumpliría todo un año desde entonces —un año durante la mayor parte del cual habían estado viviendo en aquella villa prácticamente aislada del mundo, dando la espalda a la capital y a la causa que habían dejado sin defender tras ellos—, hacía regresar a sus corazones una porción de aquella antigua culpabilidad que habían sufrido en su día por haber sobrevivido. Ahora, a diferencia de cuando habían despertado por primera vez de aquella experiencia tan terriblemente cercana a la muerte, ninguno de los dos creía de verdad que seguir viviendo fuera un error para ellos, algo que tal vez no merecieran o que ni siquiera deseaban... sin embargo, sí sentían cierta congoja, cierta vergüenza ante la consideración de que no habían hecho nada por vengar a sus amigos caídos en todo ese tiempo.
Mientras tanto, otros problemas se unieron a esas preocupaciones. Al principio les llegaron en forma de rumores, de palabras inciertas intercambiadas en los campos de cultivo durante los descansos de la faena: se decía que el dueño de aquellas tierras ya no deseaba gestionarlas de manera tan afanosa como hasta entonces —algunos aseguraban que debido a un infausto declive de su fortuna, otros que por problemas de herencia— y que, por tanto, era muy posible que pensara en reducir su número de empleos antes del verano. Para Enjolras y sus compañeros jornaleros eso solo se traducía en una cosa, en un miedo tan impotente como inevitable: si esos rumores eran ciertos, varios de ellos perderían su trabajo muy pronto.
Enjolras habría querido guardar esa información para sí, pensando que, de no ser verídica, no haría más que traer una ansiedad innecesaria a su hogar. No obstante, Grantaire, que lo conocía ya demasiado bien, supo ver rápidamente que algo le preocupaba y no tardó en preguntarle al respecto; Enjolras no se sintió entonces capaz de ocultarle algo tan importante para ambos, por mucho que no deseara preocuparlo, y, así pues, le relató todo cuanto había oído murmurar y le manifestó las inquietudes que tan ominosa perspectiva le suscitaba, no precisamente pocas en número.
Grantaire, tal y como Enjolras había temido, se mostró notablemente preocupado ante aquello y, además, pareció quedarse pensativo, como si diera vueltas a una idea más allá de lo que él le había contado y que también le inquietaba. No la expresó en voz alta, sin embargo, y se centró en hablar con Enjolras acerca de sus posibilidades de encontrarse entre los jornaleros que supuestamente perderían su empleo si aquel mal presagio llegara a cumplirse. Ambos acabaron concluyendo que, teniendo en cuenta su condición de trabajador reciente —solo una o dos personas habían llegado más tarde que él desde el septiembre pasado— y su juventud, que el encargado podría considerar un aspecto a su favor para que encontrara empleo en otro lugar, lo más probable era que sí que fuera seleccionado para marcharse.

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"Amor, tuyo es el porvenir"
أدب الهواةParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...