Ya era hora de que cambiaran muchas cosas, en realidad. Y no solo Grantaire lo pensaba.
Hacía tiempo que tanto él como, en especial, Enjolras eran conscientes de que los cambios sociales y políticos que abanderaba la causa republicana no abarcaban, ni de lejos, todas las cuestiones populares, todas las problemáticas importantes. Y de que una razón primordial de ello era que la mayoría de los republicanos —así, en masculino— ignoraba en gran medida a una parte fundamental del pueblo, como había ocurrido ya durante la Revolución del siglo pasado: las mujeres.
Grantaire, antaño, había pecado de ignorante tanto o más que la media de los hombres franceses en esa cuestión, si bien, por lo menos, había estado dispuesto a aprender y a cambiar bajo un dedicado tutelaje. No se podía decir lo mismo, por desgracia, de muchos de los que llamaban sus compañeros, para disgusto suyo y de sus amistades, especialmente de Rose y, a través de Rose, de Léon, que temía que su antigua pupila pudiera llegar a meterse en una pelea de verdad algún día.
—Siempre ha sido muy impulsiva —suspiró una de las veces que salió el tema sin que ella estuviera delante, la preocupación evidente en todo su rostro.
Enjolras sacudió la cabeza. Había ido a visitar a su amigo y a Anne-Marie con Jehan y, mientras los cuatro —pues, al parecer, Pauline había salido— tomaban el té juntos, la conversación había fluido de modo natural hacia Rose, que, aunque había acompañado a Jehan hasta la casa, no había querido quedarse. "Tengo mucho que hacer", se había excusado, con un tono enfurruñado que indicaba que algo notablemente desagradable le había ocurrido. Enjolras, en efecto, lo confirmó: ese día, en la reunión del Musain, había intentado abordar un tema concerniente a la dependencia económica de las mujeres respecto a sus tutores o maridos y nadie le había prestado atención, por no decir que había sido silenciada con otro asunto "más genérico, más acuciante" —o así llamaban algunos a lo que consideraban inherentemente masculino— casi de inmediato.
—Está enfadada, Léon. Y tiene derecho a estarlo. Su voz apenas es escuchada en las reuniones, por mucho que se esfuerce, y ella es muy consciente de ello. Es muy consciente de por qué es así.
Jehan tenía una expresión melancólica. Él, de todas las personas, conocía bien las injusticias por las que pasaba diariamente su compañera de hogar, su amiga más cercana, y siempre que hablaban de ello adoptaba un aire triste e indignado.
—Es terriblemente injusto. Rose es fuerte, e inteligente, y debería distinguirse más que nadie; ¡podría hacerlo si tan solo se la viera por algo más que su género! —En su semblante airado asomó una leve sonrisa—. Además... es enormemente testaruda y detesta que no la escuchen, de modo que quienes la desprecian así solo están condenándose a sí mismos sin saberlo...
—Eso es lo que me temo. —Léon daba vueltas a su bastón con nerviosismo, y Enjolras pensó, de repente, que el peso de los años empezaba a hacer mella en su amigo: parecía mayor, cansado—. Sé que Rose merece un tratamiento mucho mejor del que recibe, no lo niego. Tan solo... no quiero que se meta en problemas. Es una persona brillante y no debería poner en riesgo todo su trabajo hasta ahora.
—No podemos permitirnos divisiones internas ahora, tampoco —convino Enjolras, si bien entre dientes—. Sin embargo, Rose tiene contactos. No está sola en esto.
—Tiene ya su propia asociación —aportó Jehan, visiblemente orgulloso de su amiga, y tomó un sorbo de té antes de añadir—: Me han permitido asistir a varias reuniones, aunque no soy mujer, y sus espíritus son realmente admirables. Algún día quiero dedicar unos versos a su gesta...
—Seguro que serán maravillosos —apoyó Anne-Marie, pareciendo encantada con la idea y, también, con la noticia de que su Rose (a quien consideraba prácticamente como una segunda hija) se estuviera desenvolviendo bien a pesar de todo—. De cualquier modo, estoy segura, mes chers garçons, de que el mundo que queréis construir no permitirá que nuestra querida luchadora se quede sin voz —terció, dirigiéndoles a Enjolras y a Jehan una de esas sonrisas en las que se podía ver claramente la fe que tenía depositada en ellos—. ¿No es cierto?
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...