Enjolras y su familia volvieron a implicarse en las elecciones de la nación, esta vez para escoger, por primera vez en la historia de Francia, a la persona que ostentaría el cargo de presidente de la República.
Tras meses de transformaciones, contratiempos y revueltas, el gobierno contaría por fin con una base de poder más sólida. Una que no oscilaría entre los miembros restantes del gobierno provisional y los republicanos conservadores, junto a los que, además, se temía cada vez más el lento pero alarmante avance de los monárquicos en las provincias. La elección de un presidente permitiría concentrar el liderazgo de la República en una sola persona, un símbolo de unión que se encargaría de defender la constitución aprobada apenas un mes antes, a principios de noviembre.
O, al menos, esa era la teoría.
Enjolras no confiaba demasiado en los resultados de esas elecciones, no después de la decepción que habían supuesto las primeras. Sin embargo, no por ello dejó de cumplir su deber como ciudadano, y el 10 de diciembre de 1848, al término de ese año tan largo y lleno de cambios, acudió a las urnas junto con Grantaire, Jehan, Gabriel, Léon y otros compañeros que aún conservaba, a pesar de los pesares. Y también Marius, que parecía motivado por primera vez en un tiempo pero no decía a nadie por qué, aunque tampoco insistieron en saberlo.
Ninguno de ellos, ni siquiera este último, pudo prever entonces la magnitud que tendrían esas elecciones. Y, aun así, cuando finalizó el conteo de los votos y se anunció que Charles Louis Napoléon Bonaparte, sobrino del antiguo Emperador, había sido elegido para el cargo, un sudor frío cubrió la nuca de Enjolras. Como si una sombra familiar se proyectara de nuevo sobre la historia de Francia.
Sus seres queridos también miraron con inquietud aquel inesperado giro de los acontecimientos, pero, después de tantas coyunturas en el último año, prefirieron pensar que sus miedos eran infundados. Incluso Rose, que habría sido seguramente la más crítica al respecto, se limitó a encoger los hombros con resignación. "Mucho peor que su tío no podrá ser", dijo. Enjolras sabía que había decidido concentrarse más que nunca en la medicina ahora que su preciada asociación había regresado a la clandestinidad; sabía también que esa era su manera de no pensar en todo lo que estaba ocurriendo, pero no se sentía quién para llamarle la atención por ello.
Nöelle, por otra parte, sí seguía trabajando en asuntos sociales con Musichetta, aunque en los últimos tiempos Enjolras no veía demasiado a ninguna de las dos. Sus labores para con la ciudadanía lo mantenían ocupado, y estaba por ver que el gobierno del nuevo presidente solicitara sus servicios —aunque pensaba negarse en redondo, después de lo ocurrido en junio—, pero, más allá de todo eso, Nöelle cada vez dormía menos en casa. La convivencia con ella ya era prácticamente inexistente, razón por la que no se sorprendió demasiado cuando, un día, su hija los reunió a Grantaire y a él y les anunció que había decidido mudarse con Gabriel.
—Pero espera, espera, vamos a ver, ¿adónde pensáis ir? —se desconcertó Grantaire, que era el que siempre había temido más la llegada de ese momento. Y quien menos dispuesto estaba a dejar marchar a "su pequeña", aunque no lo admitiera en voz alta porque, según decía, respetaba la libertad de decisión de su hija.
Nöelle suspiró, probablemente sabiendo la que se le venía encima.
—Chetta tiene varias propiedades en la ciudad y nos va a dejar una hasta que tengamos nuestros propios medios. Sabe que, como no estamos casados, los arrendatarios de cualquier otro sitio podrían darnos problemas...
—¡Casados, dice! Por supuesto que no, cómo ibais a estarlo, si sois muy jóvenes, ¡y además...!
—Grantaire, estás alzando la voz —señaló Enjolras.
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanficParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...