Entre unas cosas y otras, los días, las semanas, los meses pasaron. El otoño pronto se hizo sentir en la región con la bajada de las temperaturas y la frecuencia cada vez mayor de unas lluvias que, si bien nutrían los cultivos, amenazaban a veces con arrasar los campos agrícolas por su intensidad, especialmente a mediados de octubre.
Por esas fechas, Enjolras sentía haberse acostumbrado por fin a su nueva forma de vida, casi por completo. Cada mañana, al rozar el alba, se despertaba, desayunaba algo y, tras despedirse de Grantaire, quien por lo general ya se encontraba también despierto e inmerso en alguna de sus actividades, fuera esta la lectura o fuese alguna otra, se dirigía al campo, listo para afrontar un nuevo día de trabajo.
Una vez ahí, saludaba al patrón —un hombre bastante amable, más allá de la autoridad que debía ejercer— y a varias de las personas que lo acompañaban en la faena, que en esos momentos era eminentemente de poda. Saludaba también, si la encontraba ahí, a la campesina que le había dado las referencias del trabajo tiempo atrás, en su primer día en la villa, y sonreía cortésmente cuando ella correspondía a su saludo con la afabilidad que el trato prolongado que habían mantenido desde entonces respaldaba. Eugénie, pues así se llamaba, era una campesina de cierta edad cuyos hijos trabajaban en los cultivos, al igual que Enjolras, y que acudía a menudo a verlos para llevarles algo de comer y entablar conversación con los otros trabajadores, quienes con el tiempo habían aprendido a esperar su compañía y a agradecer su conversación. Enjolras fue, con el tiempo, uno más en esas charlas, celebradas en las distintas pausas para descansar de la jornada, y encontró en ella una buena amistad, además de, por extensión, en sus hijos, Guillaume y Paul, con quienes acabó por entablar una cordial relación de camaradería.
A la caída del sol, antes o después dependiendo del día, Enjolras regresaba a casa. Así podía considerar ahora con sinceridad a la pequeña vivienda que había creído tan cochambrosa e inestable en un principio, pero que, con el tiempo, se había transformado poco a poco hasta convertirse en lo que era en el presente: un lugar al que regresar al final de cada jornada y en el que sentirse a salvo. Un lugar en el que sabía que siempre había alguien esperándolo con ganas.
Grantaire solía estar leyendo cuando regresaba. A esas horas, de hecho, según le contó él mismo en alguna ocasión, ya solía haber terminado con la limpieza del día y con otros asuntos y podía dedicar un tiempo a "cultivar su mente", algo que había abandonado bastante en sus últimas semanas en París. Aprovechaba de esa manera, asimismo, para descansar la pierna, como Enjolras encarecidamente le pedía que no olvidase hacer, de modo que este, al entrar por la puerta principal, lo encontraba sentado en su sillón junto a la ventana con el pie en alto y una mirada amistosa; pues, por lo general, ya estaba mirando en su dirección cuando lo oía aparecer en el rellano.
En algunas ocasiones, no obstante, la llegada de Enjolras era más silenciosa. En esos casos, le surgía la oportunidad de ver a Grantaire sumergido en la lectura dos, tres segundos antes de que dirigiera su atención hacia la puerta, y, por alguna razón, esos breves instantes de contemplación se convirtieron en algo valioso para él. En algo que, de manera más o menos consciente, trató de favorecer siempre que le fuera posible.
Después de saludarse, Grantaire se levantaba y comenzaba a preparar algo de cenar mientras Enjolras aprovechaba para sentarse un rato, exhausto por el trabajo del día. Al principio, las dotes culinarias de Grantaire —además de los escasos recursos de los que habían dispuesto al no conocer bien el mercado de la población— no le habían permitido preparar más que platos sencillos y casi sobrios, pero, con el tiempo, su habilidad y aprovechamiento de los ingredientes mejoró de manera considerable. Ahora, Grantaire parecía enorgullecerse de mejorar día a día el sabor o la presentación de las comidas, y verlo implicarse en ese tipo de detalles hacía que Enjolras se sonriera interiormente, feliz de verlo esforzarse en algo que había descubierto ser de su gusto.

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"Amor, tuyo es el porvenir"
Fiksi PenggemarParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...