La proximidad del invierno, tal y como Enjolras y Grantaire habían temido, trajo consigo un aumento de las estrecheces. La faena en el campo se interrumpió indefinidamente a principios de diciembre como consecuencia de las cada vez más frecuentes heladas y el fin de la temporada de los cultivos, pues la tierra debía reposar unos meses antes de poder ser labrada de nuevo. Enjolras, por tanto, se quedó sin trabajo y la principal fuente de ingresos de la casa fue cortada de raíz prácticamente de un día a otro, sin piedad.
Lo habían visto venir, en realidad. El pago a los jornaleros había ido disminuyendo de manera progresiva a lo largo de las últimas semanas, hasta no alcanzar apenas para la comida y otros útiles de necesidad básica. La suma adicional de los negocios de Grantaire, por suerte, los ayudaba a mantener todavía un nivel de vida relativamente decente, pero, aun así, la repentina pérdida de dinero en ese momento fue un duro golpe para su economía, casi decisivo.
Un día, tras levantarse, Grantaire fue a la sala común de la casa y se encontró a Enjolras ya despierto, sentado a la mesa con un papel en blanco frente a él y la cabeza apoyada sobre las manos. No reparó en la presencia de Grantaire hasta que este no se acercó más, casi hasta su lado, momento en el que se sobresaltó.
—Ah... eres tú, Grantaire.
Trató de sonreír, el tipo de sonrisa leve con la que lo saludaba por las mañanas, pero no le llegó a los ojos. Grantaire reparó entonces en las ojeras que se le estaban comenzando a formar debajo, una clara señal de sus inquietudes en los últimos días.
—Perdona que te haya asustado —murmuró, apartándose un poco casi sin pensarlo—. ¿Estás bien?
—Sí, sí... ¿Por qué lo preguntas?
—No tienes... um... buena cara.
—¿Ah, no?
—No me malinterpretes: tu cara siempre es increíble, pero... —Se dio cuenta de lo que acababa de decir y tosió un poco, disimulando el nerviosismo consecuente a su descuido—, bueno, no parece que hayas dormido bien esta noche, eso es todo.
Enjolras lo consideró en silencio durante unos segundos, pareciendo pensativo. Al cabo, su sonrisa cobró algo más de fuerza.
—Gracias por el cumplido. Sobre lo otro... digamos que he estado dando vueltas a algo toda la noche. —Dudó un instante más y, tras echar un nuevo vistazo al papel en blanco, volvió a mirarlo a él. A Grantaire le pareció extrañamente vulnerable de repente—. ¿Te importa si te lo cuento?
Grantaire dio la vuelta a la mesa y se sentó frente a él.
—Soy todo oídos.
Enjolras asintió, agradecido, y procedió a relatarle aquello que le inquietaba. Al parecer, llevaba varios días reflexionando sobre si, debido a los apuros financieros que los dos estaban pasando en los últimos tiempos —y que, con toda probabilidad, solo empeorarían en el futuro próximo—, sería apropiado que tratara de pedir ayuda económica a un contacto personal que tenía. Pero había varios problemas: primero, que no era buena idea que ninguno de ellos intercambiara cartas a la ligera con conocidos que pudieran delatarlos, más allá del contacto que mantenían con Léon y los demás, quienes habían demostrado vastamente que podían confiar en ellos; y, segundo, que Enjolras había mentido a ese contacto tiempo atrás. Concretamente, a sus padres.
—¿Tú, mentir? —repitió Grantaire, más sorprendido que irónico—. No sabía que fueras capaz de hacer algo así. Y menos a tus nobles progenitores.
Enjolras debía de estar tan preocupado por el asunto que ni siquiera consideró la posibilidad de que Grantaire se estuviera burlando de él, como sí habría hecho normalmente.
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanficParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...