A veces, según parecía, las mejores cosas que a uno le ocurrían en la vida simplemente no podían durar.

Mientras Enjolras y él caminaban de vuelta a la casa con aparente despreocupación, charlando con la misma naturalidad sencilla de su día a día, la mente de Grantaire burbujeaba de actividad, rebosando de pensamientos muy poco bienvenidos, mas acuciantes. Lo que había ocurrido tan solo unos minutos atrás, en la colina, bajo la luz del atardecer que aún terminaba de desarrollarse lentamente tras ellos, se reproducía una y otra vez en su cabeza como una ensoñación, como una especie de espejismo que hubiera cobrado forma y color consistentes por sorpresa; pero que, a pesar de todo, seguía sin ser nada más que una ilusión.

Era simplemente imposible, se decía a sí mismo. Imposible. Debía de haber habido alguna clase de equivocación: Enjolras no podía... sentir algo como lo que le había dado a entender. No por él, desde luego. No Enjolras, no su mármol de belleza rígida y fría, no el mismo hombre que lo había despreciado, con razón, durante tantos años desde que se conocían. No Enjolras, su modelo, su ideal secreto, su aspiración callada a voces; no su anhelo, su musa...

No. Enjolras, entre todas las personas, jamás habría caído tan bajo como él. Debía de estar confundido.

Eso era todo.

Aun así, cuando llegaron por fin a la casa y entraron juntos, como después de cualquier otro paseo, pero como en ningún otro al mismo tiempo, Grantaire no pudo evitar sentir un ápice de cierta ilusión estúpida. Cuando cerraron la puerta principal tras ellos y se acomodaron en la sala común, como cualquier otra tarde, pero como en ninguna otra al mismo tiempo, Grantaire quiso pensar que la mirada afable que le dirigía Enjolras era real. Que, cuando lo invitó a sentarse a su lado y le propuso leer junto a él, como ya habían hecho tantas otras veces antes, lo hacía porque quería de verdad. Porque quería su compañía, porque quería estar con él, con Grantaire.

Porque lo quería.

Pero eso, de nuevo, era imposible.

No pudo seguir ocultando la desdicha en su semblante más tiempo y apretó un poco los puños sobre el reposabrazos, tratando de solventar el agarre helado que sentía en el pecho. No obstante, por mucho que lo intentase, no se iba, sino que solo parecía aumentar en intensidad: más, más...

Fue en ese momento cuando Enjolras le dirigió una mirada inquieta e, inclinándose hacia él por encima de su propio asiento, posó una mano sobre la suya con suavidad.

—¿Va todo bien? —inquirió.

Grantaire lo miró, alzando el rostro despacio para enfrentar el suyo, pero no fue capaz de decir nada. Sus ojos, no obstante, debieron de expresar de algún modo la creciente angustia de su interior, pues Enjolras, reafirmándose entonces en su preocupación, apartó el libro que había estado sosteniendo y pasó a dedicarle toda su atención.

—Grantaire, ¿te encuentras bien? No tienes buen aspecto.

Los sentidos de Grantaire reaccionaron por fin y le permitieron estirar apenas las comisuras de la boca para forzar una sonrisa. Fue un intento notablemente torpe e insuficiente, incluso a su parecer, pero le dio las fuerzas que necesitaba para simular algo de serenidad.

—Vaya, ¿de verdad? —replicó, como si estuviera sorprendido—. Si es así, me disculpo por mi lamentable estampa... pero estoy bien, no te preocupes.

Enjolras —en apariencia poco convencido— debió de querer otorgar una oportunidad a esa respuesta a pesar de todo, probando a seguirle la corriente.

—No me malinterpretes: tu aspecto es magnífico —repuso, con un leve deje de burla que pretendía recoger las palabras de ánimo del propio Grantaire hacia él en el pasado—. Pero pareces abrumado. Si hay algo que pueda hacer para ayudarte...

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora