Durante los días siguientes, el plan trazado por todos se llevó a cabo.

La tarde siguiente a la de la reunión, al final de la jornada de trabajo, Dominique y otros trabajadores se presentaron ante el patrón de la fábrica para entregarle la lista de demandas que habían redactado, exponiendo las preocupaciones de la plantilla de manera clara y asertiva. El patrón, tal y como habían temido, se mostró indignado por lo que consideraba una "falta de gratitud y muestra de gran egoísmo", pero los trabajadores, como Enjolras había aconsejado, no se dejaron llevar por sus reproches; antes bien, insistieron todavía con serenidad en su empeño, y después, cuando solo recibieron una negativa tras otra, entendieron que la cuestión era innegociable. Presentaron entonces su ultimátum: o sus peticiones eran tenidas en cuenta, o la fábrica se quedaría sin mano de obra que la trabajara.

El patrón, al principio, no se tomó en serio esa amenaza y los instó a centrarse en su trabajo como siempre. Pero al día siguiente, al alba, cuando la fábrica debía comenzar a bullir de actividad, nadie estaba ahí. El edificio se mantuvo en silencio toda la jornada.

Los trabajadores aguardaban, tal y como habían acordado, a que su mensaje calara en la mente del patrón y la de otros gerentes inmediatamente bajo su mando, para lo cual permanecieron en el amparo de sus casas durante el primer día. Y el segundo, cuando los superiores entendieron el significado del ultimátum pero siguieron sin decir nada en respuesta, se reunieron todos frente a la fábrica como cada mañana; mas, a diferencia de lo ordinario, no entraron, sino que permanecieron frente a las puertas en grupo, esperando.

Cuando los superiores acudieron a ellos por fin, su expresión era una de fastidio, pero aparentemente más dispuesta a escuchar que hasta entonces.

Comenzaron las negociaciones. Según Enjolras y los demás iban sabiendo por sus representantes, los dos o tres trabajadores que dirigían los acuerdos, el patrón no se hallaba dispuesto a aceptar la mayor parte de sus peticiones, pero transigía a cierto grado de convenio. Les propuso una serie de cambios que pronto contrariaron al grupo, dividiéndolo entre quienes consideraban que las condiciones ofrecidas eran suficientes y quienes, en cambio, abogaban por seguir protestando hasta conseguir todo lo exigido, si de verdad querían mejorar su realidad de vida e imponer el respeto que merecían. Esas peligrosas divisiones creaban brechas en la colectividad.

Fue entonces cuando se organizó una segunda reunión.

—Tenemos que permanecer unidos hasta el final —decía Francis, otro de los líderes del movimiento—. Si uno de nosotros para ahora, nos pararán a todos. Si queremos que esto merezca la pena, debemos atenernos a lo que pedimos hasta que se cumpla todo.

—Yo no voy a arriesgarme a perder mi empleo por algo que ya no me incumbe —repuso alguien con estoica convicción, y varias voces se alzaron para secundarla, mientras que otras lo hicieron para replicar indignadas:

—Eso es fácil para usted, que ya tiene el apoyo que quería en su puesto; en cambio, el horario sigue siendo el mismo y quienes tenemos familias de las que cuidar no podemos seguirlo...

—Ese es su problema, amigo. No me voy a enfrentar a la ley.

—¡Bien poco le importaba a usted la ley hace unos días, si se acuerda!

—¡Eso era antes de saber que nos podían arrestar por sublevarnos!

—No nos hemos sublevado —señaló Enjolras con seriedad—. Aún. Lo que hemos hecho hasta ahora ha sido una protesta pacífica. Pero podría ser de otro modo, y eso es lo que el patrón no quiere que ocurra. —Hizo una pausa calculada, durante la que todos los presentes lo miraron—. ¿Por qué? Muy sencillo: porque sabe que podemos acabar con su negocio. Porque sabe que tenemos ese poder en nuestras manos. —Su voz se tornó solemne—. Francis tiene razón. Uno solo de nosotros no hace nada; sin embargo, unidos podemos conseguir cualquier cosa que nos propongamos, si luchamos. Si enfrentamos nuestro miedo a fracasar.

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora