Al día siguiente, durante el trayecto, Grantaire estaba más callado de lo habitual.
Enjolras, dándose cuenta de ello tras cierto tiempo, largos minutos de silencio a los que no estaba acostumbrado en su presencia, se inclinó un poco hacia él para preguntarle al respecto. O lo habría hecho, dado que, en realidad, el escaso espacio que compartían en la parte posterior del carro que los transportaba los mantenía muy juntos donde estaban sentados, casi apretados por los costados.
—¿Estás bien?
—¿Em? ¿Perdón?
—Me preguntaba si te encuentras bien. Pareces distraído.
—Oh, ah... sí, estoy bien. Gracias.
Enjolras asintió y volvió los ojos de nuevo al sendero que iban dejando atrás, a los surcos que las ruedas iban marcando tras su paso. Un carro de bueyes no era la opción más rápida para moverse por el campo francés, pero sí la más barata, y no podía quejarse: a lo largo de los últimos días, en la más de una semana que duraba ya su viaje hacia el sur, habían avanzado un trecho considerable de camino, adentrándose cada vez más en Midi, la zona que les interesaba. Lejos de la capital, pero no demasiado; cerca de los lugares que conocían de sus infancias, pero no demasiado.
Enjolras y Grantaire habían tomado esa decisión entre los dos, si bien había sido Enjolras quien la había propuesto, y el trayecto, aunque fastidioso, había sido mesurado y sin apenas incidentes hasta el momento. Algo muy de agradecer, sobre todo teniendo en cuenta que, de haber gozado de mala fortuna, podrían haber sido reconocidos por las autoridades en cualquier momento de su huida.
La parte más arriesgada, en realidad, había sido salir de París. Aunque el estado de sitio impuesto en junio había sido técnicamente levantado semanas atrás, la ciudad no les había puesto nada fácil su abandono —ya de por sí amargo— debido a los controles de seguridad instalados en distintos accesos de la misma. Grantaire, por suerte, había tenido una idea salvadora: si abandonaban la capital en un transporte caro, nadie se molestaría en llamarles la atención, ni tan siquiera, con un poco de suerte, en detenerlos.
Efectivamente, había sido así. Gracias a su uso temporal de una diligencia de primera, los dos fugitivos no habían tenido problema alguno atravesando uno de los controles, en el que solo les detuvo un guardia para preguntar brevemente al cochero por el número de viajeros que llevaba. Dos, respondió el hombre sin inmutarse, y reanudó su conducción tras recibir la aprobación del agente, sin saber que, de algún modo, esa respuesta había sido lo más amargo de todo el proceso para sus pasajeros, que permanecieron en un silencio lúgubre hasta que la ciudad quedó muy distante a sus espaldas.
Una vez se encontraron bien lejos de la capital, huir hacia el sur del país siguió siendo un aspecto importante de sus planes, pero no el más preocupante. Su principal inquietud, en cambio, pasó a ser el dinero, la base de su subsistencia: después de todo, habían tenido que invertir una cantidad importante de sus fondos en la diligencia para no llamar la atención de las fuerzas del orden, razón por la que, tan pronto como pudieron abandonarla sin correr peligro, continuaron su viaje con medios más humildes. Consideraron avanzar a pie la mayor parte del tiempo, pero las secuelas de la pierna herida de Grantaire le impedían recorrer distancias muy largas o andar durante demasiado tiempo seguido, por lo que trataron de buscar alternativas siempre que les fuera posible.
Esa mañana, después de pasar la noche en una de las posadas que habían encontrado por el camino —siempre humildes, sin por ello llegar a rozar la miseria de los bajos antros—, se habían puesto en marcha de nuevo. Habían conocido al dueño del carro de bueyes en el establecimiento y este les había prometido llevarlos con él un buen trecho de su ruta a cambio de cierta suma de dinero, que ellos le concedieron con la única condición de que realizara el menor número de paradas que le fuera razonable. El hombre había accedido sin cuestionarlos demasiado, satisfecho con su compensación, y no les había hecho más preguntas antes de llevarlos consigo, ni tampoco durante el viaje.
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...