Enjolras, llegados a este punto, ya no sabía a qué atenerse.

Sin que él mismo se hubiera dado apenas cuenta de ello, en los últimos tiempos había estado depositando sus esperanzas en la recuperación de Grantaire y en todo lo que, creía, esta conllevaría cuando se produjese. Había creído que, de la misma forma que había encontrado un consuelo en su inesperada aparición en la barricada, en su inconcebible transformación idealista, su regreso a la consciencia después de haber estado a punto de morir podría simbolizar un nuevo comienzo de su propia vida, tal vez una señal que le indicara qué hacer a continuación, adónde dirigir sus pasos.

Pero estaba claro que no había estado en lo cierto.

El día siguiente a la noche en la que decidió convencerse de que toda ilusión con la que hubiera fantaseado era vana y absurda, Enjolras se despertó hacia el mediodía, tal vez un poco más tarde. Fue el sonido de la puerta de la habitación al abrirse, de hecho, lo que lo arrancó del extraño duermevela en el que había estado sumido durante horas, haciéndole volver a la realidad de forma brusca y poco bienvenida.

—Oh, perdone, no pretendía despertarlo —se disculpó entonces Anne-Marie, que se encontraba de pie en el umbral con su acostumbrada expresión considerada.

Enjolras sacudió la cabeza, tratando de sacudirse de encima, a su vez, el sueño y el abatimiento que sentía. No quería preocupar innecesariamente a la dama.

—En absoluto, ya no dormía —repuso, restando a sus palabras solo parte de la verdad: lo que había hecho esa noche no podía ser considerado realmente "dormir"—. ¿Está Léon ocupado?

—Oh, no, hoy come con nosotros. —Anne-Marie sonrió—. Solo me preguntaba si usted también querría unírsenos. Por eso he venido a comprobar si dormía: tenía una corazonada.

Enjolras esbozó una pequeña sonrisa y asintió.

—Claro, será un placer.

Le vendría bien, se dijo mientras se levantaba con cuidado del colchón —por fortuna, había mejorado mucho su equilibrio en los últimos días y ya casi podía desplazarse por sí mismo sin dificultad—, tener algo con lo que distraerse por el momento. Desde la noche anterior, cuando había abandonado el otro cuarto con la urgencia seca de quien se ha llevado un gran disgusto, se había sentido profundamente alterado por todo lo acontecido con Grantaire y le daba la impresión, por ello, de que necesitaba despejarse un poco. Apartar de su mente el recuerdo de esa mirada apagada y esas palabras irresponsables, ambas cosas tan distintas de lo que había esperado encontrar en el milagro que se había producido, y también el sentimiento de decepción que lo embargaba cada vez que pensaba en ellas.

El resto de su día transcurrió apacible y monótono. Tras comer con las personas de la casa, pues se habían reunido todas, a diferencia de como acontecía otros días, Enjolras permaneció un rato en el salón charlando con Léon acerca de todo tipo de cuestiones. Normalmente, a esas horas, Enjolras ya se habría retirado al cuarto de Grantaire para velar su reposo convaleciente, pero ahora, tras lo que había pasado entre ellos, agradecía tener algo de distancia y la conversación fluida del doctor, con quien hacía varios días que no hablaba tranquilamente. Su orgullo, además, se había visto gravemente dañado la noche anterior, aunque no habría sabido explicar de manera exacta por qué, y prefería no pensar en Grantaire durante un largo lapso de tiempo si podía evitarlo.

Según le comentó Léon entonces y pudieron comprobar ambos en los periódicos de la jornada, las redadas por París en busca de insurgentes de las barricadas se habían apaciguado un poco en los últimos días, si bien eso no aseguraba, en absoluto, una mayor seguridad. Enjolras, de hecho, sospechaba que esa extraña calma no era más que una estratagema para hacer bajar la guardia a quienes, como Grantaire y él, siguieran escondiéndose de las autoridades...

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora