Lo que hasta entonces había sido un problema relativamente controlado no tardó en crecer. Y crecer. Y crecer.
Hasta que se convirtió en una tormenta en plena ciudad.
Quizás Grantaire podría haber encontrado cierta gracia poética en que el asunto sí tuviera, después de todo, tanta importancia como él había temido. No lo hizo; en cambio, sintió una emoción extraña, mezcla de satisfacción y amargura, que le recordó a sus tiempos de más profundo cinismo, cuando había hecho previsiones constantes sobre lo mal que podían ir las cosas a su alrededor y, la mayor parte de las veces, había tenido razón.
Tanto entonces como ahora, odiaba que así fuera.
La disolución de los atéliers había sido finalmente aprobada por la Asamblea Nacional los días 19 y 20 de junio, según tenía entendido. El 21, la Comisión ejecutiva había dado el sello oficial al cierre y decretado que los varones entre 18 y 25 años debían enrolarse en la armada, entre otras medidas. El 22, habían comenzado las protestas.
Esos días, Grantaire estuvo solo en casa, llenando sus horas libres con lecturas y visitas ocasionales a sus amistades. Estaba leyendo en el salón de su apartamento cuando escuchó el ruido de los primeros disturbios en la calle y, tras bajar a preguntar al encargado del edificio, se enteró de las noticias. Pensó, con un escalofrío, en Gabriel, que tenía casi 22 años; en Adélina, que debía de estar aterrada ante la perspectiva de que se lo llevaran forzado en cualquier momento; en Nöelle, que tendría que resignarse a la injusticia de que la apartaran de su mejor amigo, su confidente, su amado...
Se preguntó si debería ir a buscarlos. Comprobar cómo estaban, si se habían enterado de todo aquello, aunque no dudaba de que así era. No obstante, ignoraba adónde conduciría el asunto, o si existía alguna posibilidad de que las protestas tuvieran éxito y la ofensa cayera en un benevolente olvido. Habría querido preguntarle a Enjolras, pero no lo había visto en la última semana y sabía que estaría angustiado. Ya debía de ser duro para él lidiar con una situación que nunca había deseado ver llegar hasta ese punto; no quería meter más preocupaciones en su cabeza. De cualquier modo, estaba seguro de que estaría pensando en todo ello también y de que, con suerte, no sería tan grave como parecía. Con suerte, la tormenta pasaría pronto y tendrían tiempo de buscar una solución cuando volvieran a verse.
Eso pensó al principio, cuando las protestas eran todavía un murmullo suave en la zona este de la ciudad. El día 23, sin embargo, amaneció más turbulento, y Grantaire, que salió de casa para entregar uno de sus encargos, se encontró con que el ejército y la guardia nacional habían sido desplegados por las calles, en las que había bastante más movimiento que el día anterior. Le costó entender lo que estaba pasando hasta que escuchó el estallido —desagradablemente familiar— de los disparos de fusil y, al girar una esquina, vio el porqué: la gente corriendo, los muebles arrojados por las ventanas, el pavimento arrancado. El pueblo estaba comenzando a sublevarse.
—¡Eh! —exclamó, tratando de llamar la atención de alguna de las personas que corrían y se gritaban indicaciones en clave entre sí—. ¡Eh, hola ahí! ¿Qué está pasando?
—El pueblo se levanta, camarada —explicó alguien que pasaba por su lado, deteniéndose para echarle una mirada. Grantaire reconoció, con sorpresa, a Dominique, que abrió más los ojos al reconocerlo a su vez—. Oh, eres tú, Grantaire. ¿Te unes a la lucha?
—¿Hay lucha? No sabía que se estaba planeando...
—Ha sido bastante improvisado —reconoció Dominique, reafirmando su gorra mientras miraba más allá de él, como si buscara a alguien—. ¡Francis, vamos, deja esa farola! ¡Reserva tu energía para los guardias!
—¡Para eso siempre tengo, descuida! —exclamó una voz potente tras Grantaire, que se giró y reconoció a Francis, otro de los ex compañeros de Enjolras en los Pirineos. No los había visto demasiado a él ni a Dominique desde que se habían trasladado a París al comienzo de la República y, si ya se sentía desubicado de por sí, su presencia en la confusión de las calles no contribuía a situarlo; aunque, al mismo tiempo, le trajo recuerdos—. ¡Qué estáis mirando, vámonos con el resto!
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...