Las horas pasaban ágiles e indiscernibles en la casa. La quietud del ambiente, tanto dentro como fuera, en la calle, era extraña, casi absoluta; probablemente debida al toque de queda impuesto por las autoridades de la ciudad desde hacía días, circunstancia excepcional que explicaba la ausencia de transeúntes parisinos en el exterior a partir del atardecer.

Enjolras no podía saber nada de eso. Inmerso en sí mismo, sus escasos retazos de memoria se aferraban con fuerza a un punto lejano en el tiempo, como si le previnieran de ir más allá: concretamente, al cortejo fúnebre del general Lamarque. Incluso si lo hubiera intentado, no habría sido capaz de alcanzar sus recuerdos más recientes, los inmediatos al momento en el que había caído inconsciente en el Corinthe, cuando debía de haber sido rescatado. Ante unos acontecimientos tan sobrecogedores como los que había vivido, su mente no estaba preparada para afrontar las consecuencias a tan poco espacio de haber vuelto en sí; por ello, Enjolras permaneció inmóvil en la cama del cuarto en el que había despertado durante horas, absorto en las voces que, como resonancias dentro de su cabeza, despedían al tan querido general fallecido, los cánticos entusiastas de los compañeros que habían corrido por París, codo con codo, para montar las primeras barricadas.

Así se mantuvo horas y horas, aunque para él, probablemente, no parecieron más que unos minutos.

Quizás por eso se sobresaltó tanto al sentir que alguien se sentaba junto a la cama de repente.

—¡Ah!...

—Tranquilo, no se altere. Soy yo de nuevo. Disculpe, no pretendía asustarle.

Léon había entrado en la habitación en algún momento, Enjolras no sabía cuándo: ni siquiera lo había oído, perdido como estaba en la oscuridad de sus pensamientos.

—¿Cómo se encuentra?

Enjolras alzó la vista hacia él. Había tomado asiento, como la última vez que lo había visto, en el sillón junto a la cama y lo miraba con expresión atentamente profesional, pero también cercana, la luz suave del crepúsculo iluminando su rostro amable y relativamente joven.

Asintió levemente.

—Bien, gracias —musitó—. Pero —añadió, recobrando algo de ánimo tras volver a la realidad— si yo puedo tutearte, lo propio sería que tú también lo hicieras conmigo, ciudadano. Además...

Calló, las palabras no pronunciadas retenidas en su mente: "No somos desconocidos". Efectivamente, no lo eran. Por fin había recordado dónde había visto ese rostro antes. "Luchamos juntos aquel día. Aquella noche, tú arriesgaste tu vida como todos nosotros. En las...".

—Tienes razón, parece lo más justo. —Esa sonrisa afable de nuevo, transmitiéndole confianza. Enjolras lamentó no sentirse con fuerzas como para devolvérsela—. Entonces, ¿no notas ninguna molestia?

Enjolras trató de responder a la pregunta con sinceridad, señalando las partes de su cuerpo que notaba menos entumecidas y que protestaban vivamente bajo las vendas. Léon escuchó con atención y le pidió permiso para examinarlo él mismo, permiso que Enjolras le concedió, una vez más, sin cuestionarse nada. Antes había sido por su confianza ciega en el rostro familiar del hombre; ahora, habiendo reconocido su identidad, también por camaradería.

Así era, ahora lo recordaba: el hombre que tenía delante era Léon, un doctor felizmente casado cuyos ideales políticos lo habían llevado a unirse a las barricadas del 5 de junio junto a tantas otras personas que perseguían la llegada temprana del porvenir al país. Pero era a causa de que estuviera casado, precisamente, que había sido escogido por el resto de la barricada para que vistiera un uniforme de soldado y huyera cuando las cosas se habían vuelto demasiado serias. En ese momento, solo había habido cuatro uniformes para los cinco hombres escogidos y estos se habían señalado casi acusadoramente entre sí para quedarse en la barricada y afrontar el mismo destino que sus compañeros, delatando las razones por las que se debía salvar la vida de los otros cuatro elegidos y no la propia: por ejemplo, "Tú, tú tienes una mujer que te ama". Sin embargo, al final no había habido necesidad de seguir discutiendo: la aparición de un quinto uniforme de soldado perteneciente a un voluntario que se unió a la lucha a última hora había zanjado la cuestión y ofrecido una oportunidad de escape a los cinco escogidos por igual.

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora