El otoño pasó aquel año como en cualquier otro, pero, al mismo tiempo que el inicio del invierno y la fecha del veinticuatro de diciembre parecían los mismos de siempre, Grantaire tenía una sensación extraña, como si hubiera algo moviéndose de manera peculiar en el aire. Una sensación de anticipación, o quizás de inquietud.

Eso pensaba mientras caminaba por la calle con paso tranquilo, tomándose su tiempo para dirigirse a la imprenta en la que su pequeña obra vería la luz esta vez. Había tenido que cambiar de sitio tantas veces durante los últimos años que ya había perdido la cuenta y no habría sabido decir, aunque alguien se hubiera molestado en preguntarle, si aquel era el quinto, el séptimo o quizás el decimosegundo lugar en el que sus palabras habían pasado del manuscrito al papel impreso; después de todo, a veces los censores tardaban más de la cuenta en descubrir la crítica subyacente a sus publicaciones, por satíricas y mordaces que fueran. Esa, en cualquier caso, era una vez como otra cualquiera, y Grantaire simplemente esperaba poder cerrar un buen trato para dirigirse a su próximo destino lo antes posible: después de aquello tenía que hacer un par de recados navideños, a tiempo para la celebración de esa noche, y debía apresurarse.

Cuando llegó al taller, el encargado de la imprenta estaba ocupado en otros asuntos, de modo que tuvo que esperar, algo que, gracias a su natural despreocupado, no lamentó a pesar del perjuicio que suponía para el resto de su horario. En cambio, pronto se distrajo observando la maquinaria dispuesta por el espacio, como gustaba de hacer siempre que acudía a ese tipo de establecimientos. Su mente jugueteó con posibles descripciones de los armatostes de metal y las planchas de acero recubierto de tela, las palabras revoloteando frente a sus ojos como salidas de los bloques de hierro que representaban las distintas letras del abecedario antes de que decidiera, con un resignado encogimiento de hombros, que era mejor dejar aquel tipo de composiciones a su amigo poeta.

Su atención se distrajo entonces con un movimiento inesperado cerca de una de las máquinas. Extrañado, Grantaire parpadeó, preguntándose si habría visto bien, y se giró brevemente hacia el encargado —que seguía discutiendo algo con otro cliente— antes de decidir acercarse y comprobarlo por sí mismo.

Le sorprendió ver que, efectivamente, había una persona bajo una de las máquinas, encogida sobre sí misma como si tratara de esconderse. Cuando él se acercó, alzó rápidamente una cabeza sucia de tinta y polvo, con un rostro marcado por tonos violáceos, y le devolvió la mirada con dos ojos grandes y verdes, asustados.

—Ah... hola —saludó Grantaire tras un instante de desconcierto, cuando asimiló lo que estaba viendo. La figura pareció tensarse, y Grantaire, temiendo que pudiera hacerse daño con las palancas de la máquina si intentaba huir, alzó las manos, procurando serenarla—. Disculpa, no te había visto ahí debajo... ¿Necesitas ayuda?

La figura permaneció inmóvil, pero la tensión de su cuerpo se aligeró levemente ante aquello, quizá porque no le había alzado la voz ni tratado de echarla. Grantaire se fijó entonces en que no era un niño, pero tampoco una persona adulta: una adolescente, quizás... Probablemente no tendría más de quince años.

Se inclinó un poco hacia ella, lo suficiente como para que lo viera mejor, pero sin acercarse demasiado.

—Mi nombre es Grantaire. ¿Tú cómo te llamas?

La figura calló, limitándose a mirarlo en silencio, su respiración nerviosa. Grantaire ladeó la cabeza y sonrió.

—Bueno, seguro que tienes un nombre muy bonito, pero me lo puedes decir en otro momento... Dime, ¿no es un poco incómodo estar ahí debajo? ¿Por qué no sales, mejor?

La figura siguió mirándolo con esos ojos grandes e inquietos que recorrían su cara como si buscaran algo en ella, tal vez alguna clase de hostilidad. Tras unos segundos durante los que Grantaire se limitó a seguir sonriendo pacientemente, hizo amago de moverse fuera de su escondite; pero justo en ese momento se acercó el encargado hablando alto y cortante, como si despotricara al aire.

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora