Bajo la luz intensa del verano, entre la foresta, Grantaire cogía una de las pequeñas flores silvestres que aún cubrían los prados y se acercaba a Enjolras para deslizarla sobre su oreja, insertándola entre sus cabellos. Enjolras, que había dejado de caminar mientras lo miraba con ojos curiosos, se llevó una mano a ella, ajustándola para evitar que se cayera.
—Cuando dijiste que tenías que hacer una última cosa urgente antes de irnos, esto no era lo que yo tenía en mente —comentó, su tono ligero a pesar de todo.
Grantaire rio mientras retomaban su camino por el sendero de tierra y, con la naturalidad de la costumbre, enlazó su mano con la suya.
—No me negarás que era necesario, una última vez.
—¿Eso crees?
—Por supuesto: como diría nuestro poeta, tan imprescindible es agasajar a los amores como ofrendar a los dioses para la buena fortuna...
—No, no me refería a eso. ¿Crees que esta será la última vez?
Grantaire le dirigió una leve sonrisa.
—Bueno, quizás no, quién sabe... No obstante, dado que ahora volveremos a estar en el foco de las cosas, tal vez no podamos dedicarnos mucho más a este tipo de indulgencias.
Enjolras asintió con suavidad, comprendiendo. Le devolvió la sonrisa.
—Quién sabe, en efecto.
Sus pasos pronto los llevaron de vuelta a la población cercana. Su villa estaba tal y como la recordaban de dos años antes, el entorno, las calles, las personas. Solo habían pasado en ella unos días, pero se alegraban de haber podido visitarla de nuevo antes de marcharse, de haber tenido la oportunidad de volver a ver los lugares de los que guardaban tan buenos recuerdos. No habían sentido que pudieran regresar a París antes de pasar una vez más por el que había sido su primer hogar juntos, el inicio de sus nuevas aspiraciones.
Ahora, mientras caminaban frente a la que había sido su casa y pasaban de largo, dirigiéndose a las carreteras rurales que salían de la villa, pensaron que mucho de ellos se encontraba aún ahí, aunque fuera en sus recuerdos; pero que mucho, al mismo tiempo, lo habían repartido entre otros lugares.
Al llegar a la entrada de la población, se giraron para contemplarla una última vez, pensativos. No obstante, no se lamentaban: con el paso del tiempo, habían aprendido a acostumbrarse a las despedidas, y aquella era mucho más dulce de lo que lo había sido la primera.
Ahora, a diferencia de entonces, tenían un plan definido. Primero, al Seudre, a buscar a Adélina y a Gabriel, quienes finalmente habían decidido abandonar la ciudad en la que vivían —y, sobre todo, al despreciable hombre que les aprisionaba— para ir con ellos; después, a Vernon, donde Marius los había citado en unas semanas. Cuando les había escrito contándoles que Cosette y él viajarían ahí pronto para visitar la tumba de su padre, ambos habían pensado que ese sería un buen momento para reencontrarse, y también un buen punto desde el que volver a París por fin. Ahí, tanto la ciudad como sus amigos los estarían esperando.
Ahora, a diferencia de entonces, el futuro parecía tener una claridad más resplandeciente que nunca.
—Hora de irnos —declaró Grantaire.
—Hora de regresar —coincidió Enjolras.
Y así, un día de mediados de agosto, un día que conmemoraba casi exactamente su primera partida tres años atrás, los dos se dirigieron a los caminos sabiendo que esta vez, sin lugar a dudas, sus pasos los conducirían hacia el culmen de sus sueños.

ESTÁS LEYENDO
"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...