Tal y como Enjolras había vaticinado, el año de 1846 tuvo un mal comienzo. Y un mal desarrollo. Y ningún pronóstico de mejorar en los últimos meses.

La situación económica se probó notablemente desfavorable cuando llegó la época de las cosechas, cuyos frutos resultaron insuficientes para responder a las necesidades de la población. El trigo, sobre todo, tan fundamental para la alimentación y el comercio, comenzó a escasear gravemente, y el miedo a lo que esas pérdidas podían conllevar se trasladó de la Bolsa a la conciencia popular, en la que ya había habido otros muchos problemas —la miseria general, la desigualdad, las enfermedades— de los que preocuparse y por los que mostrar creciente descontento. Las elecciones de ese verano, por otra parte, dieron la victoria al llamado Partido de la Resistencia de Guizot, que no era más que la sección conservadora de la Cámara de los diputados bajo la monarquía en el momento.

Los círculos de Enjolras y Grantaire, si bien más urbanos desde hacía tiempo, notaron también las crecientes dificultades. Así, en contraposición con que Grantaire apenas encontraba clientela nueva para sus manufacturas, o medios donde publicar sus historias, Enjolras recibía cada día más peticiones, más consultas, más súplicas por su ayuda en materia financiera; mas, siendo como era, prescindía a menudo de cobrar por ellas, o al menos la suma habitual. Sabía que Marius y otros profesionales de la abogacía no habían ajustado sus negocios a los tiempos —aunque Marius, por lo menos, realizaba labores caritativas con Cosette—, pero él no podía evitar hacerlo, pensando en las penurias que sufrían muchas familias esos días y recordando las suyas de antaño.

Mermaban peligrosamente, por tanto, los ingresos de ambos. No obstante, la prudencia del ahorro a lo largo de los años y la fortuna de tener amistades generosas los mantuvieron a flote, lejos de ese temido peligro de recaer en la miseria. Ahora, además, su subsistencia les importaba más que nunca: después de todo, ya no se trataba solo de ellos, sino que, antes que por sí mismos, debían evitar ese destino a toda costa por el bien de Nöelle.

En aquellos meses que la joven llevaba viviendo con ellos, los tres se habían acostumbrado poco a poco a la convivencia en la casa. Al principio, la mayor preocupación de Grantaire y Enjolras fue asegurarse de que Nöelle se sintiera a gusto, de que la presencia de ambos no le resultara incómoda y pudiera tener su propio espacio si así lo deseaba. Les sorprendió comprobar, sin embargo, que Nöelle buscaba esa presencia por iniciativa propia, acercándose a los dos de maneras discretas y tímidas que evidenciaban que deseaba su compañía: pidiendo a Grantaire que leyeran juntos, haciendo preguntas a Enjolras sobre su trabajo, ofreciéndose para ayudarles a ambos con las tareas domésticas y acompañarlos a los recados...

Poco a poco, Nöelle fue abriéndose más a ellos, mostrándose con creciente naturalidad según pasaba el tiempo. No hablaba de su pasado, que, de hecho, llegó a confesar que no podía recordar —aquello les sorprendió, mas no lo cuestionaron, asumiendo que, como Cosette en su momento, tendría lagunas de memoria—, pero compartía con ellos sus pensamientos y pasiones, especialmente con Enjolras, a quien parecía admirar intensamente. Enjolras decía no entender la razón de ello, mientras que Grantaire, que se quejaba en broma por la preferencia, aseguraba sentirse identificado y lo atribuía a sus gracias divinas, para las que no existía competencia humana posible; Enjolras solo ponía los ojos en blanco, y Nöelle, divertida, reía un poco antes de pedirle que le leyera una de sus obras originales, petición ante la que Grantaire solo podía aceptar, con el corazón derretido.

Su relación fue, así, una cada vez más cercana, más entrañable. Y, a la vez que la confianza de Nöelle en ellos parecía aumentar, Grantaire y Enjolras sentían crecer también dentro de sí un afecto cada vez mayor por la muchacha, que se convirtió, primero, en su principal prioridad; luego, en su amistad y consuelo, y luego, antes de que se dieran cuenta, en todo por cuanto les merecía la pena esforzarse cada día.

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora