La siguiente vez que Grantaire despertó, estaba atardeciendo. Los últimos minutos de luz del día se deslizaban lentos sobre la pared de la habitación, deformando poco a poco las sombras que dibujaban en los tapices de colores y creando nuevas imágenes sobre los mismos a cada momento.
Grantaire, incorporado apenas en la cama, contemplaba las variaciones de este extraño rigor artístico con vaga atención, admirando la manera en la que los distintos tonos de la tela tornaban en otros gradualmente con el cambio de la luz. Hacía tiempo que no se fijaba en este tipo de cosas, se dijo; tanto tiempo desde la última vez que había tratado de imitarlas él mismo...
Casi no oyó el sonido de la puerta al abrirse, ni vio a la joven que había aparecido en el umbral y que antes de atravesarlo, como si acabara de recordar algo, dio unos toques suaves en la puerta.
—¿Llamaba, monsieur Grantaire?
Grantaire se sobresaltó un poco, pero su sorpresa fue aún mayor cuando comprendió que, efectivamente, alguien había acudido a su llamado: minutos antes, poco después de despertar, había alzado la voz al vacío, preguntando por alguien que lo oyera y se mostrara en el cuarto. En ese momento, el pánico de no saber aún dónde se hallaba y el ser consciente, de pronto, de que no haber sido capaz de averiguarlo antes resultaba inquietante le había hecho actuar con impulsividad, algo que, por otro lado, no era raro en él.
En cualquier caso, se alegró de haber sido escuchado a pesar de todo y, arrebatado por una repentina energía tras recordar su propósito, trató de levantarse. La joven del umbral, viendo al grave herido hacer amago de salir del lecho, se apresuró a detenerlo.
—Espere, espere —advirtió, acercándose a él y empujándolo delicadamente de vuelta sobre el colchón—. No haga locuras, por favor: está usted convaleciente y debe descansar.
—¿Dónde está? —preguntó Grantaire en una especie de balbuceo, resistiéndose apenas a la voluntad que la joven trataba de ejercer sobre él y sin dar muestra alguna de haberla escuchado.
Esta, tras asegurarse de que el herido permanecía debidamente tendido en la cama, ladeó la cabeza con una mirada de incomprensión.
—¿Quién? ¿Se refiere a Léon? —tanteó, pero Grantaire insistió, casi con vehemencia, antes de que pudiera seguir hablando:
—Un hombre rubio —farfulló, mirando hacia la puerta abierta de la habitación como si ahí pudiera encontrar a quien buscaba, aunque apenas alcanzaba a ver una pared al otro lado—. Tal vez herido, como yo, lo ignoro..., pero supongo que sí..., muy gravemente, lo más posible. —Miró a los ojos a la joven, que escuchaba sus palabras torpes con mal disimulada inquietud, por primera vez desde que la había visto aparecer—. Él... está aquí, ¿verdad? ¿En este sitio, dondequiera que sea?
La joven pareció comprender finalmente, un destello de reconocimiento atravesando su rostro... por lo demás cansado, reparó Grantaire de repente, si bien no se molestó en preguntarse la razón. Asintió y compuso un semblante más suave, tranquilizador.
—Está aquí también, no se preocupe. Ambos están en un lugar seguro.
—Ah, está... Sí... Qué alivio... Pero ¿está bien? Él...
—Está bien, no se preocupe. Se recupera bien de sus heridas. Mejor que usted, de hecho —señaló la joven con cierto reproche, terminando de obligarlo a tenderse. Esta vez, Grantaire no opuso la menor resistencia, extenuado tras el arrebato de energía que la tensión le había proporcionado, y que ahora había arrebatado toda fuerza de su cuerpo—, así que haga como le digo y descanse un rato. Lo necesita.
Grantaire asintió vagamente. Acostado de nuevo, la pierna izquierda en alto y el cuerpo debidamente reclinado para mantener una postura cómoda pero adecuada a su estado, se sintió bastante menos compungido que al despertar. No obstante, su rostro se contrajo en una expresión de dolor cuando la joven se le acercó de nuevo y empezó a examinar sus heridas.
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...