Después de tantos años de ausencia, y de la distancia física y emocional respecto a los asuntos de Francia, era hora de volver al trabajo.
Enjolras no volvería a ser el que antaño. En 1860, con sus cincuenta y cuatro años de edad, ya no se movía como antes, no pensaba como antes, no sentía la prisa inherente a la rabia y la juventud de antes. Quisiera o no, su rabia se había ido consumiendo con los años; con las tentativas y los fracasos, con las heridas y las convalecencias, con las pérdidas y los lutos. Sin embargo, eso no quería decir que hubiera dejado de creer. Creer era tan inmanente en él como respirar.
Por eso, y si bien había pasado malos momentos, Enjolras siguió respirando. Y, mientras lo hacía, redescubrió su ciudad, redescubrió todo un mundo de masonería y conspiraciones bajo la fachada de estabilidad aparente del régimen, y recordó que las personas —como él lo había sido, y seguía siendo a pesar de todo— eran demasiado testarudas como para abandonar sus sueños de libertad fácilmente.
Había leído acerca de la asociación de Nöelle, Gabriel y Fantine-Éponine a través de las cartas de su hija, pero no había tenido la oportunidad, hasta entonces, de verla en persona. Por eso, y porque Nöelle le había dicho que ella no era más que "una persona cualquiera dentro del grupo", le sorprendió bastante descubrir la realidad.
Las personas reunidas en la base de operaciones —oculta en un edificio cualquiera de Montparnasse— eran de muy diversas edades, oficios y procedencias, como si se hubiera juntado en un mismo lugar lo más heterogéneo de París. De ellas, todas, o todas las que Enjolras pudo ver mientras atravesaba la sala común con su hija, se giraban para saludar a Nöelle y preguntarle por su día, o para pedirle su opinión acerca de distintas gestiones y proyectos; otras le dirigían gestos de ánimo desde sus puestos, y Nöelle las fue saludando a todas y diciéndole sus nombres a Enjolras, que siendo tantos no pudo retener la mayoría. Sí pudo darse cuenta, eso sí, de su disparidad: mendicantes, lavanderas, gamins, obreros, modistas, filósofos, estudiantes... Incluso vio a un muchacho vestido de soldado, pero, cuando preguntó por él, Fantine-Éponine le explicó sucintamente que había conocido a su hermano y deseaba honrar su memoria; Enjolras no preguntó más, adivinando en el gesto de la joven que aquel no era un tema agradable de conversación.
Mientras se hacían las presentaciones y daba comienzo a la reunión, Enjolras se dio cuenta de varias cosas más. Primero, de que, a pesar de que los miembros del grupo parecieran considerar a Nöelle una especie de líder o un modelo a seguir, la propia Nöelle no se mostraba consciente de ello, y se apartaba a un lado mientras los demás discutían los asuntos del día. Segundo, de que Nöelle dedicaba la mayor parte de las sesiones a tomar notas, como si hiciera de secretaria; en realidad, como supo más tarde, no era solo eso, sino que también aprovechaba para apuntar detalles útiles que luego reflejaba en sus relatos, disfrazados como cuentos para niños para esquivar la censura y a la parte de la crítica que no tomaba en serio su labor por el simple hecho de ser "una mujer". En el género de la literatura infantil, tan esencial para la formación de las nuevas generaciones pero tan descuidado por las autoridades, Nöelle conseguía dar una voz discreta y contundente a los asuntos sociales de la causa, al tiempo que se hacía hueco, poco a poco, en el mundo literario de París.
Gabriel también contribuía, pues leía sus libros a los pequeños a los que enseñaba. Había pasado por distintos trabajos desde joven, pero unos años atrás había encontrado su vocación en la docencia y ahora se encargaba de la educación de un grupo de niñas y niños huérfanos de la ciudad. Fantine-Éponine, por su parte, había encontrado —gracias a sus conexiones e influencias, que le habían permitido abrirse paso en la sociedad— un pequeño trabajo de contabilidad en la administración local, mediante el que aprendía sobre el funcionamiento de las gestiones del Estado y, además, trababa nuevos contactos cuyos hilos se aseguraba de mover cuando surgían obstáculos para su amada y su amigo. Uno de esos contactos, una francesa que había regresado de las Américas después de varias décadas de negocios, se alió muy estrechamente con ella; a Fantine-Éponine siempre le extrañó la manera en la que le ofreció su simpatía nada más saber su nombre, pero no llegó a preguntarle al respecto.
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...