La insurrección que pasaría a ser conocida como "las Jornadas de Junio" duró cerca de una semana. Para el final del día 26, todo foco de resistencia en la ciudad había sido eliminado.
Enjolras caminaba por la calle ese mismo día cuando, a través de rumores y gritos dispersos, se enteró de que la última barricada, la del barrio Saint-Antoine, había caído. Había tratado de seguir, desde la distancia, los acontecimientos de la revuelta durante los últimos días y velado por su éxito, a pesar de que cada nueva jornada solo había traído más malas noticias que la anterior. En ese tiempo —una vez Grantaire despertó de su inconsciencia y supieron que se encontraba estable—, se había dedicado a patrullar las calles para socorrer a todos los insurgentes perseguidos que pudiera, inmiscuyéndose lo menos posible con el ejército, pero adentrándose lo suficiente en el conflicto como para ser de ayuda. Jehan los había acogido después en su mansión, como solía hacer durante las sublevaciones contra la monarquía, y se había asegurado de que estuvieran a salvo hasta que el peligro pasara.
Aun así, el caos se había prolongado varios días más, días de miedo y represión.
Quizás Enjolras no debería haber estado ahí fuera, por varias razones. Una de ellas, porque sus continuas intervenciones entre las fuerzas del orden y los obreros habían empezado a ponerlo en el punto de mira; quién sabía cuándo su escasa autoridad sería rechazada y los soldados tratarían de conducirlo a prisión a él también. Otra, porque lo que encontraba fuera nunca era agradable.
El ambiente en las calles era devastador. Enjolras conocía los datos, de tanto acudir a las prisiones de la ciudad con la intención de mediar, de utilizar sus conocimientos sobre derecho hasta los límites de lo legal para evitar las penas judiciales a toda la gente que pudiera. Todavía eran solo estimaciones, pero se habían contado varios miles de muertos y más del triple de arrestos en los últimos cinco días. Enjolras había escuchado que el número de detenidos rozaba las veinte mil personas, y que más de mil de ellas, con toda probabilidad, recibirían la pena de muerte por los delitos de los que se las acusaba. Más de mil personas que serían fusiladas, si no lo estaban siendo ya, y que se unirían a las otras tantas que habían muerto asesinadas en los ataques contra las barricadas. Así lo dictaba la Justicia.
Enjolras sentía náuseas al pensarlo. Al ver a la gente detenida y los cadáveres, todavía frescos, abandonados en algunas calles, esperando a ser transportados a alguna fosa común. ¿Cómo se podía considerar "Justicia" algo así? ¿Cómo habían podido permitir, él, el gobierno, la República, que ocurriera algo tan espantoso como aquello?
Enjolras no era ingenuo: sabía que el gobierno había organizado la represión contra los sublevados. Sabía que eran ellos, los diputados, los que habían ordenado el estado de sitio en la ciudad y desplegado al ejército y la guardia nacional. Sabía que había republicanos, incluso fuera de los círculos conservadores que llevaban ahora las riendas del país, que habían condenado las protestas obreras, considerándolas una ofensa egoísta hacia la nación. Sabía que había gente que, después de haber luchado y sobrevivido a insurrecciones parecidas en los tiempos de Louis-Philippe, e incluso antes, ahora había decidido ordenar a los soldados que disparasen contra los civiles. Sabía que él mismo tenía parte de la culpa de que aquella masacre se hubiera producido. Que él mismo, aunque hubiera tratado de impedirla, aunque se hubiera desvivido —y siguiera haciéndolo— por reducir el sufrimiento de la gente implicada, era un cómplice.
¿Cómo podía haber pensado, siquiera por un momento, que debía hacerse a un lado? ¿Cómo podía haber creído, siquiera por un instante, que el gobierno sabía lo que hacía y era necesario imponer cierto orden para evitar un conflicto interno que perjudicara a la República? ¿Cómo podía haber dado ninguna importancia a aquello? ¿Cómo podía hacerlo ahora, cuando se habían perdido tantas vidas?
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...