La fecha de la partida llegó al fin y Enjolras y Grantaire abandonaron el pueblo en el que habían pasado las últimas semanas sin pena ni gloria. Sí sintieron cierta melancolía al dejar su alojamiento, o al despedirse de la pequeña zona de playa a la que se habían acostumbrado a ir todos los días, pero, por lo demás, la brevedad de su estancia no les había permitido echar raíces en el lugar, lo que les facilitó la marcha sin demasiada pesadumbre esta vez.

Su siguiente destino era algo impreciso. Por el momento, habían decidido empezar a recorrer el litoral hacia el sur, con el propósito de mantener cerca la vista del mar todo lo que pudieran y de cubrir más ampliamente el territorio del país, al mismo tiempo. Todavía no estaban del todo seguros sobre qué harían a continuación, mas, por lo pronto, Grantaire pensó en la reanudación del viaje como en una oportunidad de perfeccionar sus artes manuales con las técnicas que pudiera conocer en otros lugares, y Enjolras, como en una manera de descubrir otros modos de vida del pueblo que siempre había quedado más lejos de él por latitud.

Según descendían por el mapa, fueron haciendo paradas en las poblaciones que se encontraban por el camino, a veces solo por unas horas, otras por una noche o por un par de días, pero ninguna de ellas, en cualquier caso, tan prolongada como la de su primer pueblo marítimo. Esos tiempos de ociosidad, aunque no lo habían sido del todo, y aunque habían sido breves, habían quedado ya atrás para ellos.

Cuando se detenían en un sitio, durara cuanto durase su estancia, ambos trataban de aprovechar para realizar en él pequeños trabajos y seguir consiguiendo, así, algo de dinero. Grantaire continuó ejerciendo su oficio e incluso tuvo la oportunidad de mostrar algunas de las pinturas que había creado dentro de su retomada obra. Para mayor sorpresa y satisfacción por su parte, llegó a vender alguna, si bien a un precio modesto, lo que ya le pareció un logro más que suficiente.

Enjolras, por su parte, dedicó su tiempo a ofrecer sus servicios para tareas varias que fuera encontrando y, mientras estaba en ello, a conversar con las gentes que conocía en cada lugar, escuchando los relatos de sus vidas cotidianas y aprendiendo sobre la naturaleza de sus problemas. En algunas ocasiones, no solo durante los trabajos encontraba tiempo y oportunidad para semejantes coloquios, sino que acababa viéndose arrastrado por sus nuevas amistades a las tabernas de los pueblos, ambiente para el que se sentía menos preparado, por lo que tomó por costumbre pedir a Grantaire que lo acompañara cuando eso ocurría; aunque, por lo general, trataron de no dejarse ver juntos con demasiada frecuencia, por precaución a que la curiosidad ajena pudiera convertirse en un inconveniente para ellos.

Y así, en suma, transcurrieron sus primeros días de viaje, sus primeras itinerancias por el litoral.





No mucho después de haber comenzado con ese nuevo rumbo, los caminos los condujeron hasta una pequeña ciudad cerca del estuario del Seudre. Era una población un poco más interior, más industrial que pesquera, y sus edificios grises le daban un aspecto algo apagado, ceniciento, como el de un lugar recluido en sí mismo.

Cuando la divisaron en el horizonte y, no mucho después, encontraron la señalización que indicaba su nombre, Grantaire se detuvo de golpe y palideció.

—¿Ocurre algo? —le preguntó Enjolras cuando se dio cuenta, con unos instantes de demora.

Grantaire pareció dudar. Le dirigió una mirada de circunstancias.

—Esta es la ciudad en la que vive mi hermana.

Enjolras pronto reflejó su misma alarma.

—¿Estás seguro?

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora