En la mañana temprana de febrero, gélida a pesar de la relativa proximidad de la primavera, París parecía más despierta de lo que había estado en años, a juzgar por el creciente flujo de actividad que atravesaba sus calles atestadas de gente. Todo estaba dispuesto, cada persona en el puesto que le correspondía. Ciudadanos de todas las edades, géneros, oficios y condición habían madrugado ese día para ser partícipes del cambio fundamental que estaba a punto de producirse en sus vidas y, a partir de ellas, en la historia de Francia.
La capital había despertado moteada de centenares de barricadas, una perspectiva que, si imponente a pie de calle, resultaba verdaderamente prodigiosa desde las alturas. Sus ocupantes no disponían de esa vista, pero no les hacía falta: las barricadas se sentían acompañadas unas por otras en sus cantos, en su resistencia, en las marchas que nacieron de ellas cuando las personas que las defendían empezaron a salir y, cogidas del brazo, se reunieron en las calles hasta conformar una marea ruidosa y fluctuante, como un oleaje humano.
Así fue hasta que, poco a poco, de boca en boca, se extendió la idea de dirigirse al Palacio de las Tullerías, principal residencia de la familia real. Entonces, bajo la dirección de sus líderes más entusiastas, la multitud se unificó y tomó un rumbo claro hacia la plaza del Carrousel.
El grupo de Enjolras subió por la calle de las Pirámides para salir de Saint Honoré, cuyo acceso bloqueaba su barricada, y tomó la avenida de la Ópera. Mientras marchaban, siempre cantando, se toparon con otras barricadas en las calles adyacentes y las saludaron al pasar, agitando sus sombreros y profiriendo gritos de camaradería. Las personas de las barricadas les respondieron con el mismo ánimo, coreando su saludo y mientras ondeaban estandartes rojos y tricolores en su dirección, y Gabriel, que había tomado uno similar al que coronaba su barricada, alzó el suyo gritando "¡Viva la República, camaradas!"; grito del que todos a su alrededor hicieron eco a viva voz.
Otras personas se iban uniendo a su grupo según avanzaban, y ellos, a su vez, se anexionaban a los que encontraban por el camino, hasta que formaron parte de la gran corriente que inundaba el centro de la ciudad. Llegó un punto, incluso, en el que no pudieron seguir moviéndose, de tan densa como era la marea; entonces permanecieron quietos en el sitio, ondulando entre banderas revolucionarias y gritos que exigían la libertad de prensa, la libre asociación y el sufragio universal, entre otros. En ese último, la palabra "universal", lo sabían, no era tan abarcadora como pretendía, en tanto en cuanto quienes la pronunciaban eran en su mayoría hombres que se habían desentendido de la lucha por los derechos de las mujeres, como muchos que Rose había conocido. Por eso, ella, Nöelle y sus compañeras —con Enjolras, Grantaire, Gabriel y otras personas afines— se aseguraron de alzar bien su voz para reivindicar "el voto igualitario para hombres y mujeres", proclamación que les granjeó algunas miradas de extrañeza a su alrededor, sin que por ello se detuvieran en ningún momento.
La mañana avanzó y la multitud, que hasta entonces se había limitado a revolverse y a hacer presión a las afueras del Palacio de las Tullerías, se fue encendiendo progresivamente, enardecida por la espera y el creciente número de revolucionarios. Entonces, de un momento a otro, terminó de estallar y comenzó a atacar el edificio, lanzando piedras y trozos de adoquines contra las ventanas, forcejeando con los guardias de la entrada, luchando por abrirse paso hasta las puertas tras las que se encontraban los culpables de los asesinatos de la noche anterior, de todas las injusticias que se habían soportado durante décadas. Se sabía que el rey, en esos momentos, estaba haciendo una última tentativa de formar gobierno, pero era inútil: lo único que podía calmar la sed del pueblo llegados a ese punto era un cambio drástico, uno que no lo incluyera a él en sus planes.
Enjolras y su grupo, estancados en la boca de la avenida de la Ópera, contemplaron el asalto de la multitud desde la distancia, sintiendo, con respetuosa impresión, que estaban viviendo un momento histórico. Enjolras observaba el rugir furioso del pueblo y pensaba que esa era la furia que tanto había aguardado años atrás, cuando sus amigos y él habían resistido toda una noche de junio con la esperanza, cada vez más fatua, de ver París alzarse en armas. Recordaba la silenciosa angustia de esa madrugada, la paciente desesperación de sus compañeros según pasaban las horas. El golpe final de la realidad cuando, al amanecer, el sol los había despertado para bañarlos en desengaño.

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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...