Esas primeras elecciones, junto con el fracaso del sufragio universal, serían el comienzo de su decepción.
La fecha de la votación, fijada para el 23 de abril, llegó rauda una vez fue confirmada de manera oficial. Tal y como Enjolras había temido, una nueva manifestación popular trató de reclamar un segundo retraso en las semanas previas al acontecimiento, pero, una vez más, la guardia nacional se encargó de que no tuviera éxito en su empeño. El día del cambio permaneció, pues, inalterable.
Esa mañana, Enjolras despertó ansioso, pero lleno de entusiasmo. Sabía que ese día, por fin, muchos hombres de Francia votarían por primera vez en su vida, que tendrían, por primera vez en su vida, una representación en la política de su país. Y que sus decisiones, fueran las que fuesen, determinarían el rumbo de la República a partir de entonces.
Seguía siendo frustrante que las mujeres, entre ellas Rose, Nöelle y tantas otras de sus amigas, no fueran a tener la misma oportunidad. Nöelle, no obstante, despertó casi tan ilusionada como él y lo urgió a prepararse con una energía que rivalizaba la suya, orgullosa, según decía, de que sus padres y sus amigos fueran a cambiar el mundo por fin; quizá lo suficiente para que ella pudiera votar también en las próximas elecciones, incluso. Enjolras no pudo evitar sentir una nueva punzada de culpabilidad viendo sus expectativas, pero Grantaire —que parecía bastante más tranquilo que ellos, si bien el brillo en sus ojos y el color de su rostro hablaban de una emoción tan intensa como la suya— soltó una carcajada y revolvió el pelo cariñosamente a su hija, asegurándole que no tenía ninguna duda de que así sería, y Enjolras se sintió mejor al instante.
El voto ciudadano tendría lugar en los distintos recintos electorales que habían sido repartidos por toda la ciudad. Enjolras y Grantaire —Nöelle se fue por su cuenta para reunirse con Gabriel y sus amigos, que ahora eran también los suyos— pasaron primero por la casa de Jehan, donde Rose y él los esperaban junto con Léon, Anne-Marie y Pauline. Mientras todos se saludaban y compartían sonrisas nerviosas e impacientes, Enjolras dirigió una mirada insegura a Rose, que sacudió la cabeza y le pasó un brazo por el hombro antes de instarle a votar la opción más revolucionaria de todas; Enjolras rio, algo aliviado, y le prometió que así lo haría.
Se dirigieron juntos al recinto que tenían designado en el distrito. Una vez dentro del edificio, y según se aproximaban a las urnas para depositar los sobres que habían rellenado en los cubículos privados, Enjolras no pudo evitar sacudirse un poco, moviendo los pies con anticipación, y Jehan, que avanzaba a su lado, rio suavemente y le dio varias palmadas de ánimo en el brazo, confesando que él se sentía igual. Ellos dos, en realidad, eran quienes más relacionados estaban con el tema de votar de entre los que estaban ahí, pues sus familias habían sido las más pudientes de sus círculos y pudieron permitirse las altas tasas de las elecciones censitarias en la monarquía de Louis-Philippe. Enjolras, de hecho, había podido votar ya una vez en 1831, cuando sus veinticinco años de edad habían sido suficientes para la legislación de entonces. Todavía recordaba la ilusión que le había hecho y la decepción que se había llevado con el resultado, que, por supuesto, había sido mayoritariamente monárquico; pero no le había importado y al año siguiente, casi por esas mismas fechas, había estado en una barricada tomándose la política por sus propias manos a través de la vía revolucionaria. Esperaba que esta vez las cosas fueran diferentes, sobre todo después de cómo había acabado aquello.
Fuera como fuese, estar en ese lugar ahora, con tantos otros ciudadanos que, como ellos, habían acudido a las urnas para elegir libremente a sus futuros dirigentes, era todo un logro, una victoria que se habían cobrado con su esfuerzo, sangre y sufrimiento y que no dejarían de celebrar mientras se lo pidiera el espíritu.
Cuando Enjolras dejó el papel con su voto en la urna correspondiente y se apartó para esperar a los demás, su corazón todavía latía con fuerza. Sentía el cuerpo ligero, como si flotara, y apenas lograba contener su sonrisa entusiasmada, como un niño ilusionado.

ESTÁS LEYENDO
"Amor, tuyo es el porvenir"
Fiksi PenggemarParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...