—Nunca he entendido por qué se pronuncia así —rezongaba Grantaire siempre, sin falta, cuando llegaba la época de la cosecha—. Quiero decir, si apple y couple se pronuncian igual, entonces ¿por qué "buk" —exageró cómicamente los sonidos— y "dor" habrían de ser diferentes? No tiene sentido, te lo juro por los dioses, es muy poco intuitivo...

Enjolras alzó la cesta que compartían cuando terminaron de llenarla de manzanas y la apoyó en el suelo, pasándose un brazo por la frente. Enarcó una ceja, sin disimular su sonrisa.

—Dices lo mismo todos los años. Deberías buscarte un argumento nuevo.

—¡Oh, pero los tengo a miles, mi buen Enjolras, a mansalva! —exclamó Grantaire, y Enjolras se encogió de hombros en un "Ya empezamos" mientras Grantaire descendía del árbol—. Sea y bear, bean y ocean... De verdad, no entiendo cómo no te molesta, es una locura que desafía todas las leyes de la fonética.

—Exageras, Grantaire.

—Sabes muy bien que no, mi buen amado, y aun digo más: el inglés es una aberración, una invención horrible de no sé quién, ¡y además...!

Enjolras lo silenció cogiéndolo por la camisa y sellando sus labios con los suyos. Cuando se separó, Grantaire esbozaba un mohín solo en parte de protesta.

—No deberías poder callarme con eso cada vez que te conviene —rezongó, visiblemente agradado a pesar de todo, y Enjolras le guiñó un ojo.

—Pero puedo.

Grantaire dejó escapar una risa ronca y empezó a caminar junto a él. Se ofreció a llevar la cesta, pero Enjolras se negó, alegando que ya se había forzado demasiado escalando el árbol —Grantaire no pudo negarlo, y se resignó con un suspiro melodramático—, y hablaron de otras cosas mientras se dirigían a la frutería del pueblo.

Tras devolver la cesta y recibir su pago, regresaron calmadamente a su casa, en cuyo porche les esperaba un animalito que echó a correr hacia ellos nada más verlos. Enjolras acarició la cabeza de Klaus después de que revoloteara un rato entre sus pies y Grantaire lo saludó con tanta efusividad que parecía que no se hubieran visto en días; Enjolras le llamó la atención por ello, recordándole que sobreactuar solo haría que los echara más de menos otras veces, pero Grantaire, como siempre, hizo oídos sordos.

Más tarde, cuando hubieron gestionado algunas cuentas y tareas del hogar, se sentaron en el porche para ver el atardecer. Les gustaba contemplar la gradación de colores del cielo sobre las colinas, la estela de naranjas y violetas que se reflejaban en las nubes con los últimos minutos de luz. Después vendría la oscuridad, densa e impredecible; pero, como sabían, no era más que un preámbulo al nuevo día por venir.

En la creciente penumbra del ocaso, Enjolras apoyó la cabeza en el hombro de Grantaire y murmuró:

—Siempre será así, ¿verdad? Siempre nos tendremos unos a otros. Siempre podremos hacer esto.

No supo por qué lo dijo, por qué dejó momentáneamente de lado la conciencia, siempre presente en él, de la mutabilidad de las cosas. Pero Grantaire le sonrió.

—Siempre tendremos amor. —Alzó una mano para acariciar sus cabellos, masajeando su cabeza—. El amor... es como los astros, ¿sabes? Como el sol, surca el cielo por el día y nos da su luz, su calor; se hace ver. Por la noche, declina y se oculta, pero sigue estando ahí: un resplandor en la oscuridad, un lucero de guía, el reflejo de la luz en la luna... Un recordatorio de que, incluso en la bruma más inescrutable, sigue aguardando a que la mente despierte y vuelva a verlo tan claro como el amanecer. —Sonrió burlón ahora, como a costa de sí mismo—. ¿Crees que tiene sentido?

"Amor, tuyo es el porvenir"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora