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Juan Pablo.

La estaba besando y aun, aunque quisiera creérmelo, no podía.

De un brinco, Hope, se subió sobre mi enrollando sus piernas en mi cintura. Torpemente camine hacia mi habitación, por mi mente solo pedía que mi madre y mi hermano estuvieran bien ocupados como para haber visto este espectáculo.

Cerré la puerta con ella sobre ella. No podía separarme, ni siquiera quería.

El beso comenzó a disminuir lentamente, pero por dentro quería seguir pegado a sus labios. Mi corazón palpitaba a mil, sentía que iba a salirse de mi pecho porque aún no podía creer que había dejado de ser un cobarde y que bajo su confesión había actuado a mi favor.

Sin abrir los ojos, cuando nos separamos, apoye mi frente sobre la suya. Nuestra respiración se encontraba alterada y ¿Qué me importaba eso? Yo solo quería volverla a besar, pero mis pulmones pedían oxígeno, ella era eso para mí.

- Villa... – susurro aun amarrada a mí.

No me anime a abrir los ojos porque temía que se fuera, solo emití un leve sonido salido de mi garganta. Mis brazos enredados en su cuerpo la acercaron más a mí.

- Dime que esto es real... – sentí su leve respiración sobre mi rostro, aun se encontraba alterada.

- Dime que me quieres, otra vez. – suplique.

- Aun no sé qué es lo que quieres tu...

Esta vez abrí mis ojos para encontrarme con su mirada, su dulce y tierna mirada de niña estúpida que tanto quería. Sus ojos mieles se encontraban llenos de confusión, pero esta vez no había nada de eso. Esta vez la pieza que le faltaba a mi vida o la que armaba la mayoría de mi rompecabezas la había encontrado.

- ¿Qué es lo que quieres? – pregunto confundida.

- Mis ojos están viendo lo que quiero. – confesé, era el momento que ella supiera esto que sentía por ella.

- Entonces ¿no me odias?

- Te odio... – su rostro palideció un poco y hasta pensé que lloraría otra vez, sonreí levemente – te odio por hacerme quererte tanto Hope Lee, maldita sea – gruñí.

Ella llevo su mano a mi mejilla para acariciarla lentamente, esa sensación de placer con tan solo sentir el rose de su piel sobre mi hacia que hasta me sintiera un marica enamorado de ella. ¿Cómo había tardado tanto en aceptarlo o simplemente de confesarlo? Ella sentía lo mismo por mí.

- ¿desde cuándo? – pregunte curioso.

- ¿Desde cuándo, qué?

Aún se encontraba amarrada a mí y juro que jamás me había sentido tan cómodo con esta posición.

- ¿desde cuándo sientes todo esto por mí? – quería saberlo, quería saber desde cuando era un imbécil sin poder hablar.

- Quizás fue cuando te vi llorar... – pensó unos minutos – quizás fue cuando terminamos presos, quizás fue cada vez que estuvimos juntos... – movió sus hombros – te juro que no sé cuándo paso todo, lo que si es que tenía miedo que lo supieras porque pensé que tú me odiabas.

- Yo pensé que tu jamás me creerías, que jamás te fijarías en mi – confesé – sé que soy un imbécil, soy el peor hombre que jamás conociste...

- Eso no es cierto. – me corrigió – No eres el peor hombre que conocí, aunque destaco que si eres un imbécil... – ambos reímos – pero eres mi imbécil favorito.

KARMA - Juan Pablo VillamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora