.38. segunda temporada

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Pare en el semáforo, iba directo a lo de los Lee. Necesitaba hablar con Hope, era momento de decirle que había cometido la estupidez más grande de la vida y que, estaba dispuesto a todo con tal de quedarme con ellas.

Necesitaba no volver a sentir aquello que aún me recorría por las venas, ese sueño había sido tan real que por unos instantes pensé que así terminaba todo entre los dos.

Suspire y apoye mi cabeza sobre mi puño, esperaba que el verde se diera para poder continuar con mi camino, termine por afinar mi vista hacia un hombre que guardaba cajas en su auto. Al dar verde, acelere para terminar por estacionar frente a él.

Lo observe por el espejo, era él.

Decidido baje y guarde mis manos en los bolsillos con timidez.

- Hola profesor Gilbert. – llame su atención.

El volteo con sorpresa a verme y sonrió.

- ¡Juan Pablo! – se acercó a bríndame un abrazo con fuerza - ¡qué bueno es verte!

- Lo mismo digo. – sonreí una vez que se alejó, todo me resultaba familiar.

- Pero... ¿Qué haces por aquí? – pregunto con curiosidad.

- Estaba pasando y... lo vi. – rasque mi nuca con nerviosismo, no entendía porque se sentía así de extraño el lugar.

El solo rio bajando su mirada al suelo y asintió.

- Si... aquí me vez, guardando cajas para llevarlas a la universidad.

Me quede unos instantes, quieto. Esta conversación con dobles palabras ya la habíamos tenido. Observé mis manos y pensé que me faltaba.

- Juan Pablo, ¿te encuentras bien? – llamo mi atención el profesor Gilbert.

- ¿Lo ayudo? – pregunte con curiosidad señalando las cajas.

- Humm... claro. – sonrió con emoción.

Me acerqué a una de ellas para poder tomarla, ahí estaba. Lo que necesitaba estaba frente a mí y el deja vu en mi cabeza hizo que detuviera mi cuerpo antes de proseguir. El profesor Gilbert se acercó y la quito de aquella caja para observarla unos instantes.

- Aun la conservo. – murmuro – La señorita Lee jamás volvió por ella.

Pensé en las palabras del karma, esta era una nueva oportunidad y ahora debía actuar de manera diferente. Pero, aun así, no sabía que responderle al profesor que observaba aquel manuscrito con admiración.

- Me gusta a veces leer esto, ¿sabes? – hablo con algo de ánimo, lo observe unos minutos – Porque esto es un ensayo sobre un hombre enamorado, sobre un amor que se notaba. – comento moviendo sus hombros – que triste que no haya continuado.

- ¿Por qué lo dice? – susurre.

- Porque los veía juntos hasta viejos. ¿Tu no? – pregunto con gran curiosidad – Hasta los veía en mi funeral, agradeciéndome por este cruel trabajo sobre la tolerancia. – movió sus hombros – Y... aun no pierdo la esperanza.

- La esperanza es lo último que se pierde, profesor. – sonreí para él.

- Me conto un pequeño pajarito que la señorita Lee anda por la ciudad y... no lo sé, a veces, esas son las segundas oportunidades que no deben desperdiciarse, Juan Pablo.

- Como esta. – susurre con una pequeña sonrisa.

- ¿de qué hablas? – frunció el ceño con gran confusión.

- De nada... - negué con rapidez, el quizás no entendería mucho sobre esto - ¿Podre quedármelo? – señale mi carpeta – Prometo hacérsela llegar a la Señorita Lee y le puedo asegurar que, dentro de muchos años, cuando usted muera, nos vera ahí.

El por unos instantes me observo con gran curiosidad y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Me entrego la carpeta y por unos instantes pensé en mi próxima jugada.

- Espero que cumplas con tus promesas, Juan Pablo. – aconsejo – No vaya a ser que de verdad pierdas otra vez.

Relaje mi rostro al escuchar esa última frase, eleve mi vista hacia él y termino por guiñar su ojo para darme quizás ánimos para continuar.

(...)

Observe la gran reja color negra cuando pare frente a la casa Lee. Mi corazón latía con demasiada fuerza y ahora, estaba a segundos de hacer actuar mi plan. Ella debía leer esto, ella debía entender cuán importante era para mí y cuan estúpido era por todo lo que había hecho.

Quería decírselo, quería que lo supiera.

Baje con rapidez y toque el timbre esperando que alguien me dejara ingresar.

- ¡Joven Juan Pablo!

- ¡Roberto! – sonreí cuando lo vi una vez que la reja se abrió en su totalidad.

- ¿Qué hace por aquí? – pregunto con curiosidad.

- Busco a Hope.

- Joven, la niña y la pequeña acaban de irse. – murmuro con seriedad.

- ¿Qué? – abrí mis ojos con sorpresa - ¿A dónde?

- Al aeropuerto, su vuelo sale en media hora. – comento aquel señor.

Observé mi reloj y pensé cuán lejos me encontraba de aquel lugar.

- Debo irme.

- ¡Claro, joven!

Corrí hacia mi auto, estaba a contra reloj de alcanzarlas. Mi plan A estaba cancelado y ahora debía ir por el B que poco y nada había planeado.

Acelere, no me importaba el rojo ni siquiera quien estuviera molesto por mi accionar infantil. Estaba perdiendo y no podía dejar que Nina y Hope subieran a ese avión. No podía hacer de mi realidad su ausencia y menos, sin haber intentado todo.

Al llegar, observe mi reloj. Quedaban diez minutos antes de que su avión saliera. Corrí entre la multitud, la carpeta en mi mano y la vista en todo el gran lugar.

Necesitaba encontrarlas, necesitaba que ninguna de las dos subiera a ese avión.

Subí las escaleras y mientras observaba todo el maldito lugar, pude distinguir a Hope y a Nina en la fila para ingresar a la cabina del avión. Pero no llegaría a ellas corriendo si me encontraba ya en el primer piso.

- Pasajeros con destino a Nueva York, por favor, en cabina diez. Muchas gracias.

Divise al hombre que hablaba por el altavoz y observe la carpeta. Era esto o que ellas subieran a ese avión.

Hope.

Apreté la mano de Nina y observándola de reojo sonreí. Se veía demasiado triste por esto, por la usencia de villa y porque otra vez seriamos dos.

- Ey... todo estará bien. – murmure para ella.

Me incline hacia ella y bese su coronilla con lentitud.

- Mami, no quiero irme. – confeso – Quiero quedarme aquí.

- Mi amor... ya lo hablamos. – hable con pena – No podemos quedarnos por ahora.

- ¿Y si papa viniera por nosotras? – sugirió.

Trague saliva junto con las palabras. Nina siempre tenía las preguntas que más me dolían contestar. No quería decirle que Villa no se quería quedar, aunque nos quisiera.

- ¿Y si no? – pregunte bajo un susurro.

- Si papa viniera por nosotras, ¿nos quedaríamos aquí? – pregunto inocente – Porque quiero quedarme aquí, contigo y con el... los tres juntos.

- Mi amor, papa no

- Esperanza Lee.

Relaje mi rostro al escuchar mi nombre por la alta voz. Su voz había hecho eco en todo el aeropuerto y nuevamente todo en mi interior comenzó a temblar. 

KARMA - Juan Pablo VillamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora