31.1 Confesiones.

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Luisa.

Las clases de la mañana ya habían terminado y nos encontrábamos sentados en una de las mesas de la cafetería, mientras esperábamos a Demian, que se había quedado en el salón de clases hablando con un profesor y Matías que había ido al baño.

Carlos se había ofrecido a hacer la fila para comprar lo que comeríamos en el almuerzo, mientras que Ámbar y yo conversábamos de las clases.

En mi cabeza rodaba la idea de contarle a mi amiga, todo lo que me sucedió durante esos años en los que llegué a este país. A mi amiga se le notaba que quería contarme algo.

—¿Pasa algo contigo? —pregunté.

Levantó la vista de sus uñas y me miró a los ojos. Tragó saliva, como si quisiera tomar fuerza para poder hablar. Volvió a agachar la cabeza y comenzó a mover las manos de forma nerviosa.

—¿Algo te está preocupando? —pregunté.

—Tengo algo que decirte —susurró—, pero creo que no es el momento.

—Cuando te sientas cómoda podemos hablarlo.

Iba a decir algo, pero en ese momento regresó Carlos con un par de bandejas con la comida que le habíamos pedido comprar para el almuerzo.

—¿De qué estaban hablando? —preguntó.

—Chismes de la universidad —respondí.

—¿Algo interesante? —preguntó.

—No mucho —respondió Ámbar.

Era muy curiosa la forma en que nuestras mentes se conectaban y podíamos pensar en lo mismo y decirlo casi que al mismo tiempo.

Nos miramos a los ojos y ella guiñó un ojo, cómplice. Carlos se sentó a la mesa, justo al lado de mi amiga y repartió la comida de las bandejas, dejándolas frente a cada uno de nosotras.

Comenzamos a comer en silencio, pero después de unos minutos la conversación volvió a fluir como antes de que Carlos llegara a la mesa.

La conversación fluía con naturalidad entre los tres, nos contábamos las últimas novedades de nuestras vidas, mientras esperábamos que Demian y Matías regresaran de lo que estuvieran haciendo en ese momento.

—Oigan, ¿ese es Kaleb? —preguntó Carlos.

Por el jardín que había frente a la cafetería iba corriendo alguien muy parecido a nuestro compañero de clases. Tenía el teléfono en el oído y se notaba que estaba discutiendo con la persona al otro lado de la línea, porqué agitaba sus manos con mucha violencia.

—¿Qué le estará pasando ahora? —preguntó Ámbar.

—No tengo la menor idea y creo que tampoco me importa —sonó la voz de Matías desde atrás de mí.

—¿Tenías dolor de estómago? —le pregunté—. Te tomaste tu tiempo.

—¿Acaso no puedo hacer del dos en paz, o qué? —respondió ofendido.

—Andas bastante sensible —se burló Carlos.

—Cierra el hocico, fosforito —atacó Mat.

Carlos se puso colorado, casi tanto como su cabello. A él no le gustaba que se burlaran de su color de cabello, le traía recuerdos de su infancia y de su tiempo en la escuela.

—No te burles de él —intervino Ámbar.

—¿Ahora quieres defenderlo? —preguntó Mat—. Tú también te burlas de él.

Me and My Broken Heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora