17. Ambar Dugarte.

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Ámbar.

Soy Ámbar, soy de Oakland y estoy estudiando derecho en la Universidad de California en Berkeley.

No provengo de una familia de grandes recursos, es más, mi casa, mi hogar es bastante sencillo y humilde.

Mi familia está compuesta por mi mamá, mi papá y yo, mis padres no quisieron tener más hijos, entonces solo somos nosotros en casa. Ellos son los mejores del mundo y aunque los recursos nunca fueron abundantes, si fueron los necesarios para vivir cómodamente.

Vivimos en uno de los barrios de la periferia de la ciudad, el barrio es un tanto peligroso, pero como llevamos viviendo aquí toda la vida, las personas ya nos conocen y procuramos cuidarnos entre todos.

En la infancia era una niña con exceso de peso, retraída y sin amigos, por eso es por lo que siempre me ha gustado juntarme con gente así, personas a las que la mayoría de personas en la sociedad rechazan, discriminan o apartan de sus vidas; yo era la burla de todos mis compañeros de escuela, quienes me hacían las bromas más pesadas y me ponían los sobrenombres más grotescos, y todo era por mi apariencia física y eso hacía que no me comunicara con nadie de mi edad.

En las últimas vacaciones de verano de la escuela, decidí que iba a hacer cambios grandes en mi vida. Y con ese propósito empecé a ejercitarme diariamente, hacia deportes y jugaba con los niños de mi barrio. Los cambios no se presentaron de inmediato, pero si se notaba un cambio de imagen en mí.

Seguí haciendo ejercicio y me inscribí a voleibol en la secundaria y también en atletismo, ambos deportes me ayudaron a rebajar de peso y tener una figura más tonificada y hermosa. Para finales de la secundaria ya había logrado mi propósito y estaba más que feliz.

Mi cambio físico, que el equipo de voleibol fuera de los mejores del estado y mi notable desempeño en el atletismo ayudaron a que mi círculo de amigos se ampliara mucho y mi timidez fue desapareciendo con el tiempo hasta convertirme en la persona que soy hoy, más vivaz, y extrovertida y sin miedo a hacer amigos en donde sea.

En mi último año de preparatoria, la alcaldía de la ciudad preparó un concurso de belleza, el premio para la chica que lo ganara era una beca completa en la universidad de Berkeley, en la carrera que quisiera escoger.

Mis amigos y familiares me obligaron a inscribirme para el concurso, ya que según ellos tengo un rostro bastante hermoso y una muy buena figura. Entonces empecé a prepararme para el concurso, tanto física como mentalmente; todo eso fue una tortura, mis amigos me ayudaban y me exigían mejor desempeño y me apoyaban cada vez que quería renunciar.

El día del concurso nos presentamos cerca de 50 chicas de todas las edades y de diversas zonas de la ciudad. Todo iba muy bien hasta que me tocó el turno de realizar la muestra de talento. Había preparado una rutina de baile con uno de mis mejores amigos, pero justo cuando íbamos a salir al escenario, mi vestido se enredó en un clavo de una de las ambientaciones del escenario.

Mi vestido se rompió por toda una pierna y se veía mucho más de lo que quería enseñar, yo quería renunciar, pero mi amigo me obligó a presentarme, así como estaba.

La gente se comenzó a reír al ver el estado de mi vestido, pero con mucho más valor y energía quería realizar nuestra rutina. Cuando inició la música todos los espectadores guardaron silencio y justo al final de la rutina se levantaron y nos dieron una gran ovación.

Gané el concurso y parte de mi sueño se estaba volviendo realidad, siempre había querido seguir con mis estudios y no tener que interrumpirlos, además estudiaría en una de las mejores universidades del mundo y la carrera que más me apasiona en la vida.

Cuando llegué a casa, mis padres me estaban esperando con una copa de vino, para celebrar mi triunfo en el concurso, pero se veía en sus ojos que estaban tristes y abrumados por alguna razón que no habían compartido conmigo.

—¿Que les pasa a ustedes dos? ¿Están decepcionados de mí? —pregunté con lágrimas en los ojos.

—Nada de eso mi niña —comenzó a decir mi madre— estamos muy orgullosos de ti.

—Entonces, ¿qué es lo que pasa?, me están asustando.

—Lo que pasa es que a tu padre lo acaban de despedir de su trabajo y no podremos ayudarte con los gastos de tu estadía mientras estés en la universidad —dijo mi madre con cara de pesar.

Esa noticia fue un chorro de agua fría cayendo por mi espalda, no podía creer que tendría que desperdiciar la beca, a no ser que yo misma me pusiera a trabajar para poder pagarme los estudios.

—Pues yo no me quedaré con las ganas de estudiar, buscaré trabajo para poder estar en la universidad —declaré ante mi familia y el universo.

A la mañana siguiente me puse manos a la obra, debía de buscar un empleo de medio tiempo, por qué tampoco podía dejar de estudiar. Busqué trabajo en cafeterías, en cines, en almacenes de ropa, incluso en bares de mala muerte, pero la temporada estaba muy quieta en esa época del año y nadie estaba contratando nuevos empleados.

Al siguiente día era lunes y debía ir a la preparatoria como cualquier semana normal, ingresé a clases común y corriente, como si mis padres no me hubieran dado la peor noticia de todo el año; me senté junto a mis amigas en un rincón del aula de estudio, y comenzaron a charlar sobre banalidades de la vida.

El profesor ingresó en el aula y comenzó su clase, pero yo no tenía ningún interés en aprender matemáticas ese día, me quedé con la mirada fija en el tablero y de ves en cuando hacía como si estuviera escribiendo en mi cuaderno.

De repente me quedé mirando por la ventana que daba fuera del salón de clase y en la cartelera había un aviso de que se solicitaban mujeres para una prueba de modelaje y de ser seleccionada tendría un trabajo para varias campañas publicitarias de diferentes marcas.

—Señorita Dugarte, le agradecería si me presta atención —dijo el profesor que estaba dirigiendo la clase— si usted desea le puedo dar trabajo para su casa y que no se aburra tanto con mi explicación.

—Disculpé señor profesor, estaba leyendo el anuncio que hay en el tablero de afuera —dije mientras sentía que mis mejillas se tornaban más rojas que un atardecer— prometo que prestaré más atención en su clase.

Me and My Broken Heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora